Historia

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El concejal ya no vive aquí

Ermua apenas recuerda que es el pueblo del edil asesinado

El concejal ya no vive aquí
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ERMUA- Por fuera es un polideportivo anónimo, como cualquiera de un pequeño pueblo. Sólo una vez que te han dejado pasar, sólo por dentro, se puede leer que esa edificio tiene nombre, que el polideportivo de Ermua se llama Miguel Ángel Blanco. «El chico que mataron hace ¿cuánto, doce, trece años?», cuenta un comerciante. «Sí, fue un palo muy gordo, todavía lo recordamos». Quince años después, Ermua recuerda con timidez el asesinato de Miguel Ángel , que conmovió a todo el país y que cambió el pequeño pueblo de Vizcaya para siempre. «Desde que sucedió, hemos sido más libres que en otras partes del País Vasco», asegura Carlos Totorika, que era alcalde en esos días de julio y lo sigue siendo hoy. Vivió días angustiosos, comportándose como un demócrata, puede que contra su propia rabia o instinto, y yendo con un extintor a evitar el incendio de la sede de HB, que ardió una noche. «Es imprescindible recordar el asesinato de Miguel Ángel», continúa Totorika, que hoy gobierna gracias a un pacto con el PP, pero antes reconoce que existe «un cierto cansancio en la lucha por las libertades». Según pasaban los años, cada 13 de julio, cada vez iba menos gente a manifestarse por lo que sucedió ese verano de 1997, dejándolo un poco de lado, para que no se interpusiera en la vida.

Ermua, pese a que no lo exteriorice, no puede dejar de recordar que es el pueblo de Miguel Ángel Blanco, pese a que la casa en la que vivía la familia esté cerrada y ni los padres ni su hermana vivan ya allí, pese a que en la oficina en la que trabajaba, en Éibar, a diez minutos, ya hayan retirado el cuadro que hasta hace poco lucía en la pared. El tiempo pasa para todos, se sigue recordando, pero con menos intensidad, en silencio, sin hacerlo público. Es su pueblo, sin embargo: «Fuimos más libres porque la ciudadanía se rebeló contra los batasunos», continúa. Fue, en expresión de un vecino, como si la gente saliese del armario. No sólo se quemó la sede, sino que dicen que los batasunos tuvieron que correr monte arriba, perseguidos por los vecinos, que no podían entender el secuestro y posterior asesinato de un vecino al que le gustaba la música, era del Barcelona y concejal del PP. «Siempre se miraba hacia otro lado», asegura José Luis Clemente, edil socialista, «pero se equivocaron de chaval, se equivocaron de pueblo. Fuimos todos a una». Desde fuera, desde la televisión, se veían las manifestaciones. «Aquí hubo mucha tensión, fue peor», continúa. Por una vez, el abertzale era el señalado. Durante días, meses y años hubo un boicot contra los establecimientos de los abertzales; algunos tuvieron que cerrar y hubo un intento de hablar con el alcalde para pedirle ayuda contra el boicot. Quedó en nada.

Ermua vivió un desahogo. El pueblo se abrió, se sintió libre y luego tuvo que lidiar ese sentimiento nuevo con el del miedo habitual. Fernando Lecumberri, del PP y teniente de alcalde de la ciudad, asegura que su partido tiene ahora una cifra histórica de afiliados en la localidad: entre 70 y 90, que son muy activos y se reúnen en un bar. Porque el PP no tiene sede en Ermua.

Fernando se pasea por la ciudad con dos escoltas, aunque se respira tranquilidad. El edil del PP, que lleva cinco años en el pueblo, saluda a sus vecinos, se preocupa por ellos como responsable de los servicios sociales y no se ven malas caras. Hay bares a los que puede entrar, pero sabe que no se le va a saludar ni se le va a desear suerte, pero al menos le sirven.
La situación ha cambiado y Ermua ha ido más rápido. El espíritu de Miguel Ángel sirvió para ponerse alerta, para descubrir que con valor y unidad se podía hacer frente a los violentos. Francisco Pérez, que lleva toda su vida en el pueblo, tiene un bar y además es del PP. Por una amiga se afilió en 1998 y desde hace poco es concejal. Lo había intentado antes, pero su familia se opuso. «Mi mujer me dijo que me ponía las maletas en la puerta, que no quería más problemas que los habituales en una pareja. Después me metí a concejal en contra de su voluntad». En Ermua, la tragedia del asesinato de Miguel Ángel convirtió en valientes a unos ciudadanos que antes no lo eran. O no lo sabían. Tras 15 años, casi todos aseguran que esos días les marcaron para siempre. «No se olvida» –dice Fernando Lecumberri, que llegó después y lo ve con más distancia–, pero se interioriza». No es olvidar, bien, pero tampoco quieren que se lo recuerden. Ahora llaman y van los periodistas, preguntan y alteran un pueblo que hace 15 años se emocionó de tristeza. Remueven y los vecinos no están por la labor. Es verano y ni un rayo de sol se ve en Ermua, el pueblo de Miguel Ángel Blanco, aunque sea difícil encontrar algo que lo indique.

 

La huella fantasma de Miguel Ángel en Ermua
POLIDEPORTIVO POR DENTRO
El polideportivo municipal de Ermua está dedicado a Miguel Ángel Blanco, su vecino asesinado a sangre fría por los terroristas. Sin embargo, hasta que uno no está dentro no sabe qué nombre lleva el edificio.

AYUNTAMIENTO POR DENTRO
Al igual que en el polideportivo, el Ayuntamiento recuerda que estamos en el pueblo de Miguel Ángel Blanco cuando se entra. Un busto en recuerdo del edil asesinado impide desde hace dos años que se olvide el trágico acontecimiento

POLIDEPORTIVO POR FUERA
Desde el exterior, el polideportivo no deja de ser un edificio más, sin nombre dedicado ni nada que haga imaginar a quien pasa por delante que el concejal asesinado por ETA es quien le da nombre.

AYUNTAMIENTO POR FUERA
Pese a estar en el aniversario del asesinato del edil popular, en la fachada del Ayuntamiento sólo cuelga una pancarta relacionada con las obras de una carretera en la localidad, a la que acompañan en las ventanas otros carteles más pequeños con el mismo objetivo.