Literatura
La leyenda Rubalcaba
La mayoría de los que opinan sobre Rubalcaba están abducidos por su leyenda. Alfredo se fundió en bronce y se hizo estatua. Hay que rebatirlo con el cincel y el martillo de su pasado, pero la prensa está en repicar el estereotipo de google como si fuera Fouché. Todos sus pasados -el felipista y el zapaterista del hundimiento- resultan incurables. Aunaunque alzado en leyenda, en leyenda para los periodistas, se evita enmendarlo. Las leyendas políticas son personas que viven de la mitología de espada y brujería trasladada a la Villa y Corte. En Rubalcaba el pasado es una bruma y un hombre que ya estaba calvo y tenía barbas cuando iba al colegio. Todo lo demás está por demostrar. De hecho, el viejo Merlín tiene una serie de atribuciones pendientes de acreditar: su sangre de pez y todas esas historias de que él, solo, armado con un móvil y un palillo de dientes, podría hacer caer el Imperio Romano o llevar el hombre a la Luna. Es verdad que a su fama de conservado en vinagre le ayuda su propia fotografía de hace un cuarto de siglo. Tanto, que traspasada la sesentena parece ser el mismo de hace veinte años, cuando ya era urdidor y esteta de la confidencia y del miedo. El ministro es taimado y como a Alfonso Guerra, se le supone capaz de leer tres o más libros a vez. Todo este equipaje forma parte del negocio de la imagen en el que se maneja el candidato. Hiperbólico es que se dé por hecho que en sus zapatos calza el pie de un gigante. No.
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