Ciclismo

París

Quieto todo el mundo

«A pedir milagros, a Lourdes», recita la frase hecha. Quizá Madiot, volante en mano y como un energúmeno encolerizado, se la gritaba desde el coche de la Française des Jeux a su delfín Jéremy Roy. Quedaban cuatro kilómetros para la meta y Hushovd estaba a punto de quitarle la etapa y la gloria.

El pelotón, en plena subida a la cima del Aubisque
El pelotón, en plena subida a la cima del Aubisquelarazon

Cumbres borrascosas fueron el Aubisque, sólo para el francés pues el pelotón, de excursión guiada por el Europcar del mediático y más rentable líder Thomas Voeckler, escaló así, compacto y contemplando el paisaje. La tiniebla se barajaba delante, era Roy el hombre sepultado. Ni un milagro le iba a salvar, no sobre una bicicleta, no en el ciclismo. Menos en el Tour de Francia donde la carrera, el asfalto y la propia fuerza individual, unas veces fuerza bruta y otras débil, ponen a cada cual en su sitio. Crueldad. Sólo así se entiende el espaldarazo de la suerte a quien más se lo merecía por las penurias pasadas. Un hombre con denominación de dios, Thor, y su martillo implacable no perdonan. Eso es la fuerza bruta.
Fortaleza bárbara la del dios Thor y su martillazo a Roy, que supo reprimir el aliento cuando la cabeza le pedía un empuje más en el Aubisque. Podía, pero quiso reservar, austero el campeón del mundo. Brillante inteligencia. No sólo las piernas ganan carreras, a veces te revientan, pusilánimes, despiadadas. De tanto someterlas al dolor máximo acaban volviéndose en contra, sublevadas como inequívoca protesta. Thor se demarró a sí mismo, un ancla al maillot arcoíris ascendiendo el Aubisque. Hasta los pies del precioso puerto pirenaico, una vez más convertido en marea naranja, resacosa tras la exhibición histórica de Samuel Sánchez en Luz Ardiden, una vez más habiendo el Tour desaprovechado una ascensión tan mítica como lo es aquella por la que se pegaron en un pasado no tan lejano Miguel Indurain, Chiapucci o Eddy Merckx. Cincuenta kilómetros para la meta eclécticos, inamovibles en el pelotón a un ritmo de siesta mientras Hushovd martilleaba a sus compañeros de fuga.
Sentenciados todos. O casi. El esprinter Petacchi, que se atrevió a desafiar a las montañas, Boasson Hagen, Tjallingii –mucha carne para un vegetariano–, Jerome Pineau. Resistían Jeremy Roy, distancia prudencial, y Moncoutie, el saber hacer de la experiencia. El deseo, esa tentación irrefrenable, hizo a Roy cabalgar hasta Hushovd y sacarle de rueda en la oscuridad de las galerías. Moncoutie, a su paso, repartido a partes iguales sea sobre la bicicleta o a pie, tranquilo, unió su cuerpo al de Hushovd. El francés, repartidor en París, de joven iba a dejar el ciclismo, pero acabó renovando con la condición de no correr el Tour de Francia. Pero el cartero siempre llama dos veces.
Roy lo saboreó arriba, en el Aubisque, y trazó en el viento provocado por su vertiginoso descenso el esbozo del triunfo. Se asomó a Lourdes, pero como si de una aparición fatal se tratara, vio de pronto a Hushovd en la lejanía. El arcoíris tiró de casta, inteligencia y poder. De la regulación que antes dejó marchar a Roy y ahora lo acercaba. Macabra pesadilla la del francés. Moncoutié no quiso ayudarle en tal cruel misión y Hushovd se marchó solo. Martillazo implacable. Ni un milagro si quiera podría salvar a Roy que, desangelado, entraba en meta, cuan peregrino desvalido en busca de una aparición divina. No para él, los dioses estaban con Thor.

Rojas y Gilbert solicitan un cámara que vigile a Cavendish
«Queremos un deporte limpio, tanto en dopaje como en este tipo de jugadas». El que habla es José Joaquín Rojas, del Movistar Team, nuestra mejor baza al esprint en este Tour y el hombre que está peleando día sí y día también por el maillot verde. El murciano, junto al belga Philippe Gilbert, del Omega Pharma-Lotto, ha solicitado a la organización de la ronda francesa que coloque una cámara que vigile constantemente los movimientos del británico Mark Cavendish al lanzar las llegadas y los puntos intermedios. Decisión también motivada por la polémica que trajo en el Giro su continuidad tras la etapa que concluía en el Etna, donde supuestamente fue remolcado hasta la meta por los coches. «Ayer –por el jueves–, me hizo la jugarreta de colarme a Renshaw y esta vez se la he hecho yo metiendo a Ventoso», explicaba. «Parece que le sienta mal que le ganen, y un campeón, para serlo, tiene que saber perder», concluyó el ciclista de Cieza.