Crisis económica
En el buen camino
Hemos pasado, de momento, los controles de la Unión Europea y no nos han puesto las orejas de burro o de rodillas con los brazos en cruz y un pesado volumen de los best-sellers que ahora se llevan en cada mano. Se dice que andamos por el buen camino: el del ascetismo y la pobreza, aunque en este caso no sea evangélica. Hemos pecado, sí, de orgullo y hasta de nuevo rico. Tal vez en junio o más adelante se nos perdone, una vez el Gobierno haya decidido qué hacer con el pacto social sin pacto, se hayan depauperado algo más las condiciones laborales de quienes pueden disfrutar de trabajo, bien escaso, y sepamos lo de los impuestos y el parón de Fomento. Cabe apuntar, sin embargo, que los vecinos están remojándose también las barbas y esto produce cierto pánico general, porque, aunque hayamos comenzado al fin a hacer los deberes, éstos no parecen sino el inicio de la tormenta que se avecina. Volveremos quizá a la pobreza de antaño, aunque con dignidad, con mucha dignidad y subvenciones. A algunos les habrá extrañado que sea precisamente un Gobierno socialista quien recorte los sueldos de funcionarios, ya mal pagados y se anuncien recortes en pensiones, pero debe entenderse como ejemplo moralizante. Quienes les mandan habrán considerado que si el Gobierno se ve capaz de cortar los gastos «superfluos» por aquí, qué no se atreverá a hacer en un próximo futuro. Tal vez podríamos retornar al ayuno colectivo que los dietistas aseguran como cosa sana. Los musulmanes lo practican un mes, aunque sólo se enriquezcan pocos y con el petróleo que pagamos todos.Pero imaginémonos que hemos llegado ya al punto cero; es decir, al costoso ideal del 3% de déficit. ¿Estaremos creciendo y creando empleo? Porque no deber o deber poco tendrá su mérito, pero de lo que se trata, se supone, es de reducir esta inmensa bolsa de parados que llevamos como un saco en la espalda y que, de algún modo, habrá de ir aligerando. La difícil renovación de estructuras económicas suena a cuento chino. Lo que conviene, aseguran los economistas, que andan ahora con la cresta levantada, es mucha inversión. Puesto que nuestras grandes compañías ponen su dinero en países emergentes para obtener más beneficios, convendría que almas caritativas se ocuparan de nuestro futuro e incluso de nuestro presente. Ya se dice aquello de que de fuera vendrán y de casa te echarán. Pero por estos andurriales llegan poco. Antes bien, huyen de esta cola de Europa que nunca supieron si comenzaba o terminaba en los Pirineos. Y nosotros estamos empeñados en otorgarles no el beneficio de la duda, sino la certeza de nuestra originalidad: léase, por ejemplo, el desenlace provisional del asunto Garzón. El desarrollo futuro se sustenta, pues, en la circulación del dinero. No existirá si, a la vez, hemos de ocuparnos de pagar los excesos de deuda, porque, con suerte, la enjugaremos, aunque lo pasemos morado. En otro aspecto, ya de futuro, un pacto de estado para la renovación de la enseñanza en todos los niveles hubiera sido más que oportuno. Hubo un momento en el que parecía que Gabilondo estaba más optimista que su hermano Iñaki, pero se diluyó como el azucarillo en el café. A lo que parece, nada puede pactarse y ahora andamos ya jugando con lo del terrorismo etarra. Da que pensar.Pero se nos dice que estamos en el buen camino y nos conviene creerlo y que se lo crean. La crisis, gobernada desde retaguardia por oscuras fuerzas, a las que se califica de Mercado está empeñada en dejar el euro en los huesos; es decir, en atacarle desde todos los frentes, porque no se atreve con la muralla china. Hasta los latinoamericanos vinieron a Madrid a exhibir músculo ante una Europa que teme por su ternera y agricultura subvencionadas. El liberalismo de algunas fuerzas harto conservadoras, aunque dícense liberales, no llega al punto de abrir mercados a países emergentes con alto peligro potencial. Los países en los que las desigualdades sociales son más notorias no perciben la crisis, porque se instalaron en ella hace décadas y hasta el Perú de Alan García disminuye su porcentaje de pobres de solemnidad. Todo nos lleva a considerar que lo que anda en crisis no es tanto el euro, acosado, sin duda, por fuerzas malignas exteriores e interiores, sino el modelo del bienestar que nos empeñamos en defender. Nuestros antepasados no disfrutaban de educación universal, sanidad, subvenciones de paro y trabajaban sin rechistar con bajos salarios de sol a sol. Nada impide que, acuciados por deudas y nulo crecimiento, regresemos a las cavernas de antaño. El progreso continuo no es verdad infalible. Incluso Lenin, cuando proyectaba aquella frustrada sociedad comunista, apuntaba que se avanzaba un paso adelante y dos hacia atrás o al revés. Tiempos son éstos de meditación y, pese a la primavera que por fin ha llegado, sin dudas machadianas, debemos vivirla como cuaresma, en penitencia, aunque estemos en el buen camino de la ascesis. Somos ya más pobres, aunque me temo que tampoco honrados.
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