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La reina de porcelana

El príncipe Guillermo y la condesa Stéphanie de Lannoy celebraron ayer su unión civil en Luxemburgo

La reina de porcelana
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Pose aristocrática, mirada cándida, sonrisa de almíbar... una perfección milimetrada. Stéphanie de Lannoy es, desde la cuna, firme candidata a convertirse en reina y a perpetuar el prestigio de su linaje. Noble, solidaria y educada en las escuelas más selectas de Europa, posee un aura angelical que, sin embargo, resulta demasiado artificiosa. No hay en sus gestos ni un atisbo de naturalidad. La espontaneidad es una palabra tabú para alguien de su alcurnia. Políglota (domina cuatro idiomas), amante de la música clásica, se prodiga sobre las 88 teclas del piano con esa pasión que siempre parece contener en sus apariciones públicas.
Mientras el resto de monarquías europeas se ha abierto más allá de los muros de palacio, la unión entre el principe Guillermo y la condesa Stéphanie perpetúa el espíritu conservador de las uniones de linaje. Y, como si de un cuento de hadas se tratara, ayer se dieron el «sí quiero» en una ceremonia civil –previa a la religiosa que se celebrará hoy– que ofició el alcalde de Luxembrugo Xavier Bettel, en el salón de plenos del Ayuntamiento. Una ceremonia privada a la que sólo asistió la familia cercana a la pareja y que no se retransmitió en directo. La novia vistió un diseño de Chanel compuesto por chaqueta y falda de tweed en color marfil, con zapatos y bolso plateados. Un conjunto que las 2.500 personas que se congregaban en la plaza Guillermo II pudieron apreciar cuando la pareja salió del consistorio a saludarles ya convertidos en marido y mujer. A pesar de la frialdad que parecen transmitir, el príncipe y Stéphanie son muy cercanos. De hecho, han organizado originales celebraciones para estar más cerca de los ciudadanos de su país, como la gala que realizaron en el Gran Teatro de Luxemburgo, donde compartieron una copa de champán con jóvenes que habían nacido exactamente el mismo día que ellos (ella nació el 18 de febrero de 1984 y él el 11 de noviembre de 1981).

A pesar de que la gran cita se celebra hoy a las 11:00 horas en la Catedral de Nuestra señora de Luxemburgo, tras la ceremonia civil de ayer los novios tuvieron que ejercer como anfitriones en la cena de gala en el palacio Gran Ducal, a la que acudían los 350 invitados reales que mañana representarán a las monarquías del mundo en la ceremonia religiosa. Entre los invitados se encontraban representantes reales de toda Europa, así como de Marruecos, Japón y Jordania, entre otros. Los más puntuales en acudir al ágape en palacio fueron Máxima de Holanda y el príncipe Guillermo, seguidos por los reyes Alberto y Paola de Bélgica.
Asimismo, el exotismo de la princesa Lalla Salma de Marruecos se hizo notar en una ceremonia a la que no acudió el rey Mohamed VI. El broche de humor de la noche lo pusieron los hermanos del novio, Luis, Félix y Sebastián, que pasaron alegramente ante los medios que se concentraban en la fiesta.

Entre los que se hicieron de rogar, Harald y Sonia de Noruega, que aprecieron unos minutos antes de que comenzase la velada. Y, la gran sorpresa, la protagonizó la reina Fabiola de Bélgica, que a sus 84 años no quiso perderse el ágape con los recién casados. Eso sí, los grandes ausentes fueron los Príncipes de Asturias que, por motivos de agenda, no han podido acudir a la cita.

Una boda sin la Reina
Algunos expertos en Casa Real y nobleza han mostrado su sorpresa ante la ausencia de Doña Sofía en el gran enlace europeo del año. Era una de las invitadas más especiales, no sólo por sus lazos familiares con la monarquía centroeuropea, sino también, porque habitualmente acude a todas las bodas de los herederos al trono del viejo continente. Sin embargo, algunos especialistas interpretan su ausencia y la del Rey como una manera de potenciar el papel de los Príncipes de Asturias también en la vertiente dinástica. Así,
el papel de Don Felipe y Doña Letizia como embajadores de España adquiere más relevancia.