Valencia
Ardiendo por Ángela Vallvey
El penúltimo incendio del año se ha llevado por delante más de 50.000 hectáreas de monte en Valencia. Las autoridades correspondientes dicen que todo indica que el origen de la deflagración ha podido ser una «imprudencia». Es increíble la ligereza con que calificamos en España los delitos de terrorismo ecológico. «¡Una imprudencia!». Como quien deja el fuego de la cocina encendido hasta que se evapora la leche del cazo. Entre «imprudencias» e incendios provocados, siempre con resultados catastróficos, España se va calcinando poco a poco sin que a nadie parezca importarle. Antiguamente, al menos, se repoblaba, sembraba y plantaba sin cesar, existía el ICONA, la Dirección General de Montes y unos Ministerios de Agricultura con más competencias que incompetencias. Y, pese a los grandes desmanes ecológicos propios del desarrollismo franquista, da la impresión de que, a lo largo de casi todo el siglo XX, en España existía mucha más conciencia ecológica que en las últimas décadas, cuando el desmantelamiento del sector agrícola –impulsado por las políticas de la Unión Europea– contribuyó decisivamente a empobrecer el paisaje, la economía y la cultura de lo sostenible. En este tiempo, se nos ha apremiado para que dejásemos de ser un país agrícola y nos convirtiésemos en otro más «avanzado». El resultado es que hemos abandonado la agricultura, el sector primario, sin tener nada que lo sustituya. Así que los incendios, en una España que no valora la tierra, sino el ladrillo, y carece de visión de futuro, se suceden. Y lo peor es que, con los recortes, los políticos están mandando a las brigadas de vigilancia contra incendios forestales a tomar por el ERE, dejando solos los montes, a merced de desaprensivos, terroristas, vengativos, «imprudentes» y mamones en general.
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