Buenos Aires
El terrorismo de Jano por Martín PRIETO
l Título: «Violencia política y terrorismo de Estado en Argentina».l Autor: José M. Azconal Edita: Biblioteca Nueva.l Precio: 16 euros.
Llegué a Argentina bajo la dictadura del Teniente Ge-neral Bignone cuando aún los Ford Falcón verdes sin chapa, una partida requisada por militares, policías federales y Triple A, maullaban sus gomas en las esquinas buscando chupar más gente. El General «Pajarito» Suarez Mason, Comandante del Primer Cuerpo de Éjercito había huido al profundo sur estadounidense asegurando «que no pensaba ser el pato de la boda»; el Presidente del Banco de la Nación se negaba a regresar desde Washington si la Justicia no retiraba los cargos contra él; y el feroz Almirante Massera, alias «El Negro», era enviado a un apostadero naval acusado de asesinar al marido de su amante, la bella Marta Rodríguez McCormak, y el Director General de Aduanas era enjuiciado por contrabando de camarones con Uruguay. Era el paisaje después de una batalla. Si nosotros damos manija a una memoria histórica sobre sucesos ominosos que se iniciaron en 1936 es lógico que en Argentina las heridas permanezcan frescas con desaparecidos que nunca más aparecerán. Ello ha afectado a la historiografía reciente del país en la que sólo caben Ormuz y Ariman, la exacta dicotomía entre ángeles y demonios «Violencia política y terrorismo de Estado en Argentina» (Editado por Biblioteca Nueva), de José Manuel Azcona, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, que tiene el mérito de una aproximación más equilibrada a las barbaridades ocurridas en el Río de la Plata que como Jano tuvieron dos caras. El presidente Juan Domingo Perón echó a los Montoneros de la Plaza de Mayo llamándoles: «Imberbes» y éstos se retiraro en formación cantando: «Somos unos boludos, votamos a una puta y a un cornudo» y en 24 horas pasaron a la clandestinidad. Antes «Los Montos», habían secuestrado a los hermanos Born y Cobrando un rescate de dos millones de dólares de los años 70 que fueron a Cuba y al Teniente General Aramburu le metieron un tiro en un zulo para conmemorar el día de las Fuerzas Armadas para pavonearse: «Duro, duro, duro, somos los Montoneros que matamos a Aramburu». Al jefe de la Policía Federal lo volaron junto a su lancha en el Delta del Tigre. La guerrilla urbana fue indiscriminada y estallaban bombas en Buenos Aires, La Plata, Rosario y Córdoba. Isabelita Perón autorizó a las Fuerzas Armadas a acabar con la insurgencia. Los jefes Montoneros Mario Eduardo Firmenich y Fernando Vaca Narvaja enviaron a «sus muchachos al matadero y ellos huyeron de Argentina». En las selvas del Norte, los trosquistas del Éjercito Revolucionario del Pueblo (ERP) se dieron a la guerrilla rural y tomaban los poblados para adoctrinar a sus habitantes. Llegaron a derribar un transporte militar cargado de conscriptos que nada tenían que ver con aquel juego perverso. El ERP declinó tras la muerte de su líder Roberto Santucho en una emboscada militar.Cuando Videla, Massera y Agosti, la primera junta, secuestraron a Isabelita Perón e instauraron «El Proceso de Reorganización Nacional» la violencia política estaba agotada y sólo necesitaban un empujón policial. Pero en una operación de Alto Estado Mayor «los milicos» decidieron meter a la nación en un lavarropa afirmando que primero mataremos a los zurdos, después a sus parientes, luego a sus amigos y por último a los indiferentes. Caída la dictadura (1976 a 1983), el Almirante Isaac Rojas se lamentaba: «Debimos haber fusilado en la cancha de River-Plate con Coca-Cola gratis». Las responsabilidades de los militares argentinos son indecibles y la desaparición fue un método calcado de «La noche y niebla Hitleriana». Como en la Alemania nazi la desaparición coloca una losa de pánico sobre la población. Se ignora como los guerrilleros creyeron que podían vencer a las Fuerzas Armadas y como éstas, cristianísimas (había que profesar el catolicismo para ser oficial) cayeron en comportamientos medievales. Jano, como es de rigor, tuvo dos caras.
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