Cataluña
Las autonomías como lastre por Martín Prieto
El Estado de las Autonomías está sacralizado como si fuera una herencia íbera, igual que la historia constitucional trufada de anécdotas secretas andan en las coplas de ciego. Por la muerte de Gregorio Peces-Barba se han vuelto a contar los Padres de la Constitución y faltan dos. Cuando los ponentes acababan sus agotadoras discusiones se reunían por las noches Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra y deshacían los nudos gordianos, tachaban y agregaban según las inspiraciones de Adolfo Suárez y Felipe González. El título octavo parece remitirse al artículo sexto de «La Pepa» de 1812: «El amor de la patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles y asimismo el ser justos y benéficos». Literatura romántica pasada por el realismo fantástico de los diputados coloniales. Entonces la prima de riesgo era la historicidad de los Estatutos catalán y vasco, más el gallego que no se pudo debatir por la Guerra Civil. Primero se habló de la tabla de quesos en distintas porciones y, finalmente, un brillante administrativista como Manuel Clavero Arevalo impuso el café para todos, dividiendo Castilla, abduciendo León e inventándose una especie de Distrito Federal en Madrid, pero sin federación. A la mayoría de España le bastaba una seria descentralización y su volumen sería centrípeto ante los nacionalismos periféricos. Pero se pensaron las cosas del revés creyendo que la autonomía de Murcia o La Rioja conjurarían «Els Segadors» o el himno de los gudaris expertos en rendirse a los italianos. La política casi siempre es ucrónica y no son estos tiempos para remendar el título octavo que está pisando la más egoísta insumisión nacional. Cataluña, tan gestual y victimista, sería rescatada de inmediato si lograra ingresar en la UE. Esperanza Aguirre tiene razón, aunque nadie quiere escucharla. Y, además, los más jóvenes, incluidos los indignados y cabreados, ¿tienen algún interés por el Estado de las Autonomías? Ya lo advirtió el profesor Fuentes Quintana: «Las autonomías son carísimas».
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