Valencia
Un imperio en decadencia
El sur volverá a ser el reposo barato de los guerreros bárbaros, ahora apaciguados, a menos que un ángel nos ilumine
No ha desaparecido la vocación imperial, aunque la historia demuestre que el paso del tiempo resulta inexorable para las naciones que lo conforman. Se habló ampliamente del estadounidense que nos cobija todavía, aunque, de hecho, formemos parte del subimperio germánico, que, desterrado aquel glorioso británico que se desarrolló durante el siglo XIX y feneció tras alcanzar la victoria frente a la Alemania nazi, constituye la Unión Europea. Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba propuso alargar dos años más el pago de la deuda española sabía que era tan sólo una idea que ni siquiera la ministra Salgado compartía. Este país no puede, salvo que convenza a la Dama de Hierro –ahora germana– y a sus bancos, que puede ser favorable a sus intereses. La deuda-refugio alemana está ya bajo mínimos. Los mercados se acogen a las alas protectoras de su águila. Nosotros, por nuestra mala cabeza –que también fue la suya en la bonanza– estamos condicionados al pago de la más gravosa –nos consuela Italia– por lo que andamos tiritando y a la búsqueda de algún refugio. Rajoy decidirá. De aquel debate tan publicitado entre los dos candidatos a la Presidencia del Gobierno algo quedó claro. Nadie sabe cómo crear empleo, porque nadie sabe cuáles van a ser los próximos movimientos de los llamados mercados. Aquel espectáculo televisivo-teatral, que tantos nervios desató, vino a confirmarnos nuestra escasa independencia a la hora de tomarnos, aunque sea un respiro, en la crisis. Todos los partidos dicen que están conformes en disminuir gastos de donde sea y, a ser posible, de aquellas zonas que menos afecten a sus votantes.
España fue también gran imperio. Y aun antes de la unificación de los reinos de Aragón y Castilla, Cataluña se expandió por el Mediterráneo y llegó a Grecia con sus temibles almogávares con ansias imperiales y se desparramó hacia Valencia. Pero, más tarde, el ensamblaje con Castilla que expulsó al resto del reino nazarí y, sumados ambos, a los judíos, por prestamistas y banqueros, y a los moriscos que pretendían pasar por cristianos manteniendo sus costumbres. Luego se anexionó Portugal y América casi entera. Se avanzó hacia el centro mismo de Europa y llegamos a deslumbrarnos con las puestas de sol. Este país tuvo, en otros tiempos, vocaciones imperiales por los cuatro continentes. La despoblación y el coste que supuso mantener territorios tan lejanos hace pensar que los imperios deben moderar sus ímpetus. Estamos viendo cómo los EE.UU., que van a instalar parte de su defensa antimisiles en Rota, retroceden ya en Afganistán (de hecho la retirada de las tropas es el reconocimiento de que el país resulta ingobernable, como comprobaron los soviéticos en su día) y abandonan Irak el próximo mes –nadie alude a los contratos petrolíferos que se habrán formalizado ya–. La economía estadounidense, pese a su probada fortaleza, tampoco puede permitirse aquellos lujos de los viajes espaciales. La NASA está en crisis, como nuestros centros de enseñanza e investigación. Quienes pretender alcanzar Marte son los chinos que dominan un vasto imperio humano con mano de hierro, ocupan el Tíbet y están comprando tierras en el continente negro y hasta bares y comercios en los barrios de nuestras ciudades.
No es de extrañar que una televisión minoritaria china se interesara por el debate
Rajoy/Rubalcaba. Si algo dedujeron de aquel espectáculo es que las democracias occidentales son mejorables. Salvo los comerciantes que aquí se han instalado, los que permanecen en su país parece que ya no trabajan como apuntan los tópicos. Lentamente se irán acostumbrando a otros ritmos y a otros placeres, como les ocurrió a los japoneses. Y no desdeñemos el subcontinente indio, cuyo progreso parece más lento y desordenado. Todavía los occidentales podemos acudir hasta allí para descubrir una espiritualidad que va unida a la pobreza extrema, salvo para una minoría de medio centenar de millones de individuos que gozan de los privilegios del lujo. El futuro que nos ofrece la Sra. Merkel –cuya energía depende de Rusia, como casi todo el subimperio– tiende a retrotraernos a sus años juveniles, cuando vivió en la Alemania del Este, deslumbrada por la Occidental, pero anclada en la moderación consumista. El proyecto del subimperio germánico es trabajar más intensamente, obtener menores salarios, gozar de una vida menos placentera y disfrutar de menos sol y mar, reservándolo para los ciudadanos germánicos o escandinavos. El sur, incluidos los «pigs» y algún otro, que han sido ya intervenidos casi en su totalidad, debe retornar a los tiempos de Goethe, tan ilusionado por Italia, imagen del placer, del arte o refugio final de una vida. EE.UU. goza de Florida, Texas y California. El sur volverá a ser el reposo barato de los guerreros bárbaros, ahora apaciguados, a menos que un ángel nos ilumine.
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