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Una polémica para Pascua

Warlikowsky vuelve a retar al Real con «El Rey Roger» una obra de alto contenido sexual

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Krzystof Warlikowsky es el hijo artístico predilecto de Mortier, a ambos les unen un afán de renovación infinitos y el escaso condicionamiento que tiene en sus acciones el gusto del público. Los abonados del Teatro Real ya tuvieron un aperitivo de su vena creativa el curso pasado con «El caso Makropoulos», cuando convirtió a Marty, el personaje central, en una Marilyn Monroe que cumplía años y más años conservando su espectacular figura hacia la inmortalidad. «El rey Roger» de Karol Szymanowski es un título inédito en Madrid, que le permitirá mostrar su personalidad artística en estado puro. Basada en «Las Bacantes», de Eurípides, la trama alude al rey de Sicilia en el siglo XII, cuyo reino recibe la visita de un pastor que seduce a la reina y a sus súbditos, y que se acabará revelando como Dionisios, dios griego del vino, de la fertilidad y del hedonismo. Pues bien, para el director, que no viaja tan lejos en el tiempo para su puesta en escena, ambos miembros del matrimonio real se sienten seducidos por el extraño; para darle este giro al texto, el director ha buceado en la vida del compositor que desafió a la sociedad de aquel tiempo con una relación homosexual con su primo.

Un Mesías «que ofende»
«La cuestión va más allá de si un rey cristiano es además homosexual, más bien expone que cualquiera que sea diferente aparece como una amenaza para la sociedad. Desde que eres niño sufres presión de tus padres para que uno sea de una determinada manera», comenta el director aún en pleno proceso de ensayos de una puesta en escena que causó una división profunda en el público parisino. Para el director, la obra «habla de un nuevo Mesías que llega a esta sociedad para decir cosas que ofenden».

Para visualizar mejor este mundo de presiones sociales que incomodan tanto al director, su puesta en escena se desarrolla en dos planos simultáneos, el real y el de los sueños, que se apodera de la pantalla que cubre la mitad del escenario y que lanza imágenes provocadoras de «Teorema», de Pasolini, con el protagonista desnudo. «Mostramos al protagonista sin ropa porque el rey también tiene vida privada más allá de sus actos oficiales», comenta la figurinista y escenógrafa Malgorzata Szczesniak, mano derecha del creador, que recuerda que el compositor, como muchos otros hombres del norte durante los años veinte del siglo pasado, descubrieron la luz del Mediterráneo: «En este espectáculo intentamos reproducir la luz de ese sol y utilizamos colores muy mediterráneos, hay mucha presencia de los anaranjados y los rojos». La propuesta será juzgada por todo el público, pues la duración de la obra es escasa y no habrá descansos que permitan a los abonados salir de la sala.

El «casting» está copado por cantantes polacos en sus diferentes roles, todo un acierto para el director musical de la propuesta, Paul Daniel, que estuvo al frente de la English National Opera. «Muchos de ellos cantan este repertorio desde su nacimiento artístico», se felicita el batuta. Warlikowski salta de alegría por que la pieza no se haya visto en Madrid pues evita los prejuicios del patio de butacas contra los que lleva luchando toda su carrera. «Es bueno porque la audiencia no tiene imágenes sobre cómo debe ser la puesta en escena, como pasa con Puccini o Verdi. Esto me permite ser libre, nadie va a echar de menos los candelabros, como si los quitáramos de entre una escena entre Tosca y Scarpia». Warlikowski no duda en poner el dedo en la llaga ahora que el público anda revuelto porque la programación de la próxima temporada incluye pocos títulos del gran repertorio: «La mala noticia es el silencio del público. La ópera debe servir para la confrontación».


«Nadie como Mortier»
Aunque parece Warlikowski más interesado en hablar de la tierra de las musas que de la real, le preguntamos por su nexo con Mortier y cómo percibe las reacciones que genera el gestor en la audiencia: «Cuando llegué a París lo vi claro: Mortier estaba luchando porque la ópera fuera otra cosa, era una verdadera guerra contra las expectativas de la audiencia que permitía una verdadera libertad formal. Cuando nuestra colaboración empezó a crecer, me di cuenta de que estaba en el sitio indicado. A veces uno va a un lugar en el que te das cuenta de que los directores quieren lograr un éxito personal o agradar a los críticos, pero no he encontrado nadie como él, con un compromiso tan fuerte con el nuevo poder de la ópera».