París
París alumbra al nuevo Nadal
Rafael Nadal acaba de ganar su quinto Roland Garros después de destrozar a su rival en la final en París, el sueco Robin Soderling, por 6-4, 6-2 y 6-4 El de Manacor sigue ensanchando la leyenda del mejor jugador de la historia en tierra batida.
Rafa Nadal ha recuperado el trono que nunca debió perder. En París, en tierra batida, es inalcanzable, indestructible. Para Federer, para Soderling, para Verdasco, para Djokovic... para cualquiera que se ponga enfrente. Es el número uno del mundo y no sólo sobre arcilla roja. La lista de la ATP reflejará hoy que delante de Rafa no hay nadie. Todo apunta a que una nueva era no ha hecho más que comenzar. Hay número uno para rato. Con el suizo preocupado por más cosas al margen del tenis; con el resto de aspirantes abonados a la irregularidad... Nadal ha vuelto y en los últimos dos meses ha ofrecido una sensación de superioridad que ha tenido el último capítulo en la final ante Soderling.El sueco es el único jugador que ha sido capaz de derrotarle en Pa- rís y por lo visto durante todo el torneo va a poder presumir de ese privilegio durante muchos años más. Si el cuerpo no le traiciona, no se vislumbra un jugador con posibilidades reales de destronar a Rafa en el polvo de ladrillo. Su guerra ahora está en alcanzar la media docena de entorchados en Roland Garros de Bjorn Borg. Y si nos adentramos en el tenis ficción, nadie es capaz de fijar un límite de títulos en París. ¿Seis, siete, ocho, nueve...? Una locura. A eso se refirió precisamente So- derling tras su segunda derrota en la final: «Rafa, tu victoria es impresionante y creo que podrás ganar muchos más Roland Garros en los próximos años». El séptimo «Grand Slam» para el de Manacor, el cuadragésimo título de su palmarés, el cuarto de esta temporada, una temporada «perfecta», como él mismo ha de- finido, llegó con una suficiencia similar a la de 2008. Nadal no ha cedido un solo set. Ésa es la coincidencia con aquel título. La diferencia estriba en la celebración. Hace dos años apenas se limitó a levantar los brazos al cielo de París. Parecía que estaba pidiendo disculpas a Federer por la humillación.
La emotividad de ayer esconde las dificultades por las que ha atravesado para alcanzar una nueva meta, la más deslumbrante hasta ahora de una carrera absolutamente deslumbrante. Hubo lágrimas, mucha emoción y mucho sentimiento. «Es el momento más emocionante de mi carrera», tuvo que reconocer durante la entrega de trofeos con su particular mezcla de francés y «spanglish», después de secarse las lágrimas y cubrirse el rostro con una toalla.Rafa tuvo un partido relativamente cómodo para tratarse de una final. Y eso se debió a que se guardó su mejor tenis para el partido definitivo. Durante el torneo no ha necesitado alcanzar su mejor nivel, el que mostró en el Masters 1.000 de Montecarlo, para ir sorteando rivales. Eso habla precisamente de la dimensión de su superioridad. No necesita jugar bien para ganar en tierra batida. En otras superficies sí, pero aquí no. Más que su tenis, su superioridad mental cuando las zapatillas se manchan resulta escandalosa.A Soderling debía moverle, alejarle de la línea de fondo para que sus estacazos resultaran lo menos dañinos posibles. Y luego esperar que su servicio no resultara tan eficaz como en anteriores días. Sorprendentemente, el saque de Nadal fue tan eficaz como el del nórdico. No necesita superar con mucho los 200 kilómetros por ho- ra para hacer daño. Sus siete saques directos, los mismos que conectó el de Tibro, eran un arma con la que ni siquiera él contaba.A Rafa los planes le fueron saliendo tal y como estaba previsto. Se trataba de prolongar los intercambios y desactivar el juego ofensivo de Soderling. Cuanto más largos fueran los puntos, más posibilidades. Y luego está el saber sacar partido de las mínimas ventajas de las que dispone. En eso no hay un jugador como él. Cuando hay una debilidad del rival la aprovecha. Y en ese aspecto Soderling flaqueó. Tuvo dos oportunidades de «break» en el primer set y desperdició ambas. Nadal era capaz de aguantar puntos en los que había hasta 26 intercambios, devolvía golpes que parecían ganadores y Soderling, poco a poco, fue asumiendo que estaba en camino de perder su segunda final consecutiva.
El sueco se acercó a su mejor versión en los tres primeros juegos de la segunda manga. Atacó sin descanso, tuvo otras cuatro bolas de «break» en el segundo juego y Nadal desactivó todas. Se agarró a la pista y neutralizó todos los golpes ganadores que ante cualquier otro rival hubieran sido efectivos. Salvadas las cuatro pelotas, Soderling comprendió que tenía enfrente al futuro campeón del torneo. Llegaron dos rupturas de Nadal; una más en el primer juego del tercer set y la final resultó más sencilla de lo esperado porque Nadal ratificó con su juego lo que va a confirmar hoy el listado de la ATP. Federer será destronado por el rey de la tierra batida, que ahora también es por méritos pro- pios el rey del circuito.
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