Buenos Aires
Una historia de amor
Yo creo que José María Alfaro Polanco se hizo falangista por las veleidades literarias compartidas con José Antonio Primo de Rivera. En los sótanos de «la Ballena Alegre», en la madrileña calle de Alcalá, se compuso el «Cara al sol», del que Alfaro fue letrista. Pero era un periodista de la cultura poco dado al chunda-chunda de los arreos falangistas. Pasó la guerra refugiado en la legación chilena. Tampoco fue un franquista encendido y vivió buena parte de su vida como embajador en Colombia y casi 20 años en Buenos Aires. Como dicen allí, era Gardel. En el barrio portuario de Santermo brillan los adoquines resbalosos por la garrúa (un chirimiri) traídos por los barcos de carne como lastre desde Europa cuando volvían de vacío. Alfaro se quitaba la capa y la tendía en la vereda para evitar que tropezara una señora. Su galanteo español le hizo popular y no había en el Río del Plata taxista que le cobrara la carrera al embajador de España. Amalita Lacroux de Fontalax, recién fallecida, era probablemente la mujer más rica de Latinoamérica. Cuando les presentaron, saltaron chispas. Amalita era dueña de Loma Negra, primera cementera del país y tenía un Picasso en el cuarto de baño. Daba sus fiestas en Nueva York y llevaba a sus invitados en sus aviones privados. Ella se dispuso a dejarlo absolutamente todo por Alfaro y perderse con él en algún lugar remoto. Las hijas del embajador suplicaron a éste que no abandonara a su esposa enferma y el idilio sólo prosperó donde los hombres y las mujeres plantan sus sueños. Cuando murió Alfaro, «La Prensa» de Amalita le dedicó páginas y páginas porque todavía le dolía el corazón. Seguro que se han reunido en alguna tertulia literaria.
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