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Qué escándalo por Carlos Rodríguez Braun

Si los socialistas siguen gobernando más de 30 años, la corrupción seguirá

La Razón
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Una de las escenas más famosas de la película «Casablanca» es cuando el capitán Renault clausura el local de Rick fingiendo estar escandalizado porque ha descubierto que ¡allí se juega! Claude Rains, con la máxima solemnidad, le dice a Humphrey Bogart: «I am shocked —shocked— to find that gambling is going on in here!». Y el público se ríe ante semejante hipocresía, porque todo el mundo sabía que en lo de Rick se jugaba, empezando por el propio capitán Renault.

Con la corrupción y la política pasa posiblemente algo parecido. Su vinculación es tan estrecha y tan antigua como el poder. Como dijo Lord Acton, el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. La tendencia a la corrupción es, junto con la propensión al abuso de poder, lo que alimentó siglos de pensamiento político en torno a la noción de la limitación del poder. Los límites del gobernante son cruciales, no sólo para la libertad de sus súbditos, sino también para acrisolar su honradez.

Ambas características son, en ocasiones, pasadas por alto. En lo tocante a la libertad, la generalización de la democracia ha llevado a muchos a la fantasía de pensar que la democracia es de por sí garantía de libertad, porque, al ser la voz del pueblo, no es posible que éste propenda al suicidio: el pueblo no puede actuar contra sí mismo, que decía Bentham. Pues es una ilusión, porque las complejidades de la elección colectiva llevan a la paradoja de que la democracia pueda quebrantar numerosas libertades: no hay más que ver, en nuestro país y en muchos otros, cómo han subido los impuestos y cómo el poder ha llegado a ser tan extraordinariamente intrusivo.

En cuanto a la corrupción, vale la vieja noción de Acton: el poder tiende a corromper, y, por lo tanto, si los socialistas se pasan treinta años mandando en Andalucía, la corrupción será una de sus señas de identidad. La virtud, como es sabido, también es una cuestión de oportunidad, y el poder multiplica las oportunidades de modo muy marcado.

Así, uno podría plácidamente concluir que los malos resultados cosechados ayer por los socialistas en Andalucía se deben a los casos de corrupción que han divulgado los medios en los últimos tiempos. Sin embargo, sospecho que el asunto es más complicado. Mi hipótesis es que la corrupción escandaliza al final, pero es conocida al principio. Simplemente, es imposible que la corrupción estalle como un relámpago imprevisto. Cuando jerarcas socialistas meten descaradamente la mano en la caja, o llegan a la obscenidad del alto cargo y el chófer con la cocaína y las prostitutas, eso no puede ser el principio de ninguna historia. Es, claramente, el final de un largo proceso. En ese momento final e inocultable la gente se alborota y decide castigar una conducta corrupta que no podía en realidad no haber conocido o sospechado con mucha anterioridad.

¡Qué escándalo –dirán–, hemos descubierto que aquí se juega!