Roma
OPINIÓN: Sarcófago
Poco han evolucionado las costumbres de los gobernantes en 45 siglos. Desde que Imhotep construyó la pirámide del faraón Keops en Gizeh, todos cuantos ostentan el poder tienden a perpetuarse en forma de una gran obra que simbolizase su era en los siglos futuros. Vespasiano, Tito y Domiciano no fueron los mejores emperadores de Roma pero todo el mundo conoce a la dinastía Flavia por el anfiteatro que erigió, el Coliseo. En Sevilla, ningún visitante (y muy pocos habitantes, por suerte) recuerda a esa calamidad apellidada Rojas Marcos hasta que se da de bruces con el estadio de la Cartuja, el panteón donde yace su carrera política y el Partido Andalucista. Pese a su prolongación durante tres legislaturas, una plaga con varias recidivas, Monteseirín es un alcalde olvidable o que sólo se rememorará en terroríficas pesadillas. Para perdurar, lega esa espantosa enormidad de la Encarnación: un proyecto mal concebido y peor ejecutado al que el sobreprecio y los retrasos han convertido en una maldición. Después de un lustro de obras y millones de euros por docenas desperdiciados, resulta ahora que por las carencias de seguridad de un corredor devendrá en dos compartimentos estancos unidos por la única pasarela no transitable de la historia de la arquitectura. Si la sociedad civil existiese, a los responsables políticos de este dislate ya le habían caído una docena de querellas criminales.
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