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Tristes y arrogantes

La Razón
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Leí en LA RAZÓN que Jonathan Frazen, el novelista americano favorito de Obama, dijo: «¿Es aceptable pasar la vida ejerciendo el derecho inalienable del ser humano a ser feliz cuando el resto del mundo vive en condiciones que se lo impiden?». Y escuché a un tertuliano en la radio afirmar que su caso, al tener un trabajo y además gratificante, es inusual, porque la mayoría no está en esa situación. Hace dos siglos y medio Adam Smith refutó a Franzen con su crítica a los «moralistas quejumbrosos y melancólicos» que nunca aplican su razonamiento con plenitud y no se alegran ante los millones de personas que superan dificultades y son felices. El mismo arrogante desdén desplegó el tertuliano, porque ¿quién le ha dicho que sólo él tiene trabajo y disfruta con él? Un poco de análisis basta para demostrar lo contrario: la mayoría de las personas tiene un empleo y les resulta más o menos satisfactorio. El pensar que los demás sufren con su trabajo es una clásica ficción antiliberal que, como todas, parte de la base de despreciar a la gente corriente. Lo representó magistralmente Jean Hagen, que interpretó a la vanidosa y mediocre actriz del cine mudo Lina Lamont en «Cantando bajo la lluvia». Al final de la película, justo antes de que se desvele el truco y ganen los buenos, Lina se dirige al público y proclama, con fingido cariño, que ella está feliz de poder llevarles un gramo de alegría a sus vidas miserables e insignificantes.