Estreno
El genio sencillo
Dirección y guión: Alexander Payne. Intérpretes: George Clooney, Shailene Woodley, Robert Forster, Beau Bridges. EE UU, 2011. Duración: 110 minutos. Tragicomedia.
Cuando, en el memorable episodio final de «Paris Je T'Aime», Carol (Margo Martindale), se sienta en un parque parisino, la invade una emoción que le resulta difícil de describir, «como si recordara algo que nunca había conocido y que siempre había estado esperando». Es algo parecido a la melancolía, ese punto en el que la alegría y la tristeza («no demasiada tristeza») parecen mirarse tan fijamente que tienen las pupilas dilatadas. El contraplano de la mirada de Carol es el mundo, en su más apacible cotidianeidad. Y lo que nos devuelve la mirada de Payne es el ser en el mundo, o la experiencia de la vida en su más simple y compleja desnudez. La hermosa conclusión de «14è arrondissement» reverbera en el plano clave de «Los descendientes», aquel en el que Matt King (excepcional George Clooney) y sus dos hijas miran el trozo de costa hawaiana que la familia del primero quiere vender para la construcción de un complejo turístico. Es un momento epifánico, en el que el vínculo entre el hombre y la tierra revela la importancia de la filiación, la fuerza de la gravedad de la herencia ejercida sobre la moral de los que nacieron sabiendo que iban a equivocarse si renegaban de sus errores.
Es un plano que reverbera, a su modo sutil y oblicuo, en toda la película, en la que, en un Hawai menos floreado que nunca, un abogado intenta ser padre, superar un adulterio y hacer las paces con la memoria de su mujer en coma descubriéndose a sí mismo en un camino con más espinas que rosas. Payne tiene el don de hacer pasar por sencillo lo que es trabajo de genio, y su filme, que encuentra un delicado equilibrio entre lo humillante y lo sentimental, tiene la auténtica textura de un trozo de vida. «Los descendientes» es una película hablada, pero es entre el hueco de las palabras donde encontramos la nobleza de su verdad.
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