Argentina

Esperando otro rescate por Joaquín Marco

La Razón
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Es de agradecer que, metido hasta las cejas en sus elecciones, Barack Obama se interese por nuestro rescate y llamara a una hora discreta a Mariano Rajoy, después de haberlo hecho días antes con el presidente francés y el primer ministro italiano. El hecho de que se interese por nosotros dice mucho de su capacidad de estadista mundial. –«¿Cómo se lo toman los españoles?»–, debió de preguntar. Y aprovechó para interesarse por las reacciones de Angela Merkel, del todo previsibles. Ello viene a confirmar que seguimos siendo considerados como una pieza más de la Europa doliente, la del Sur, la vacacional. La media hora telefónica serviría para calibrar lo que vendrán a suponer para este país más recortes, reajustes y paro. España, muestra su fidelidad, desde los años oscuros, a los EE.UU., en el tiempo de Franco y Eisenhower, por intereses de propaganda hacia el Este y defensa estratégica (que aún perduran, cuando el enemigo no es ya Rusia, sino Irán y el radicalismo islámico). Obama cree que, en parte, la suerte de su triunfo electoral depende del salvamento del euro, del que somos un pequeño tornillo que podría estropear la máquina entera. Sobre los sacrificios que se multiplican en 2012, se ha presupuestado ya otro recorte de 39.000 millones de euros para el año 2013 y, según el ministro Montoro, resultará especialmente doloroso. Merkel y otros países de su entorno opinan que el crecimiento habrá de llegar como fruto de los recortes sobre el gasto público (lo que quede de aquella sociedad del bienestar). Pero lo cierto es que, pese a los ya producidos, el déficit se resiste a bajar, porque está en relación con los ingresos decrecientes y con la decadencia de las economías que nos rodean.

Según una estadística –convendría no fiarse tanto de ellas–, el 98% de los titulados superiores creen que una de sus salidas naturales es la emigración. Todos conocemos casos dolorosos de jóvenes entre los veintitantos y los cuarenta y pocos que se han visto obligados a abandonar el país. Se vuelve a repetir aquella emigración republicana de los mejores, que lograron situarse en México, en Argentina, en Chile, en la República Dominicana e hicieron allí un excelente trabajo. Hoy, quienes tienen la fortuna de dominar otro idioma, pueden buscar empleos en la otra Europa, en Australia o también en algún país de habla hispana. La crisis ha devorado una promoción e irá, de no remediarlo, por la siguiente. La alternativa es el crecimiento. En ello concuerdan Gobierno y oposición y otros países que no viven la penitencia del nuestro. Para España, encontrar un nicho donde instalar los seis millones de parados con los que finalizaremos el año 2012 resulta esencial. Pero las alternativas no son muchas. Pueden bajarse los sueldos hasta que resultemos competitivos y cadavéricos; podemos repartir el trabajo en jornadas más breves y con salarios más bajos. Pero los puestos de trabajo no crecen bajo las piedras. Carecemos de un tejido industrial de grandes empresas, capaces de generar por sí mismas o a través de redes configuradas por otras menores o de autónomos, suficientes puestos. Deberíamos crecer a un mínimo de un 2% y estamos en recesión. Por consiguiente, no cabe duda de que necesitamos toda suerte de ayudas para sobrevivir, porque sin consumo, el Estado tampoco recibe ingresos suficientes. Las patentes de los automóviles que fabricamos no son propias; la participación en la industria aeronáutica es parcial; nuestros astilleros carecen de suficientes pedidos. Tampoco disponemos de materias primas.

Nuestra especialización en trenes de alta velocidad resulta prohibitiva incluso para los EE.UU., estamos abandonando las energías alternativas y somos punteros en tecnobiología o medicina y en alguna que otra disciplina humanística o en física teórica. El panorama no es muy alentador, a menos que Europa apueste por un crecimiento global, admita cierta inflación y opte por ayudar a los países debilitados del Sur, aunque el problema se extenderá, corroyendo poco a poco hasta los que ahora se consideran seguros, fieles a una ortodoxia económica que por ahora no ha dado resultados. No cabe, pues, otra alternativa –y los mercados lo saben– que aceptar un nuevo rescate, al margen del de determinada Banca (con Bankia a la cabeza). Éste es el camino que marca la Unión. Cabrían otras reformas. No somos un pequeño país, ni siquiera marginal. Nos hemos convertido, nada menos que en el ojo del huracán. Es lógico que Obama esté preocupado. Es natural que el Rey reciba las fuerzas sindicales, porque se avecina un otoño muy cálido. Pero el ataque es contra el euro. Los mercados entienden que el control de determinados productos es menos rentable que el de países pequeños o medianos. El euro presenta flancos débiles: deudas excesivas, poca industrialización. El exilio por motivos económicos puede resultar menos duro que el político, pero deja exhausto a un país y a miles de familias, difumina cualquier futuro, hace crujir las ilusiones. No nos cabe otra opción –y los sindicatos también lo saben– que esperar a los señores de negro con sus maletines. Mientras tanto, aunque en privado, podemos fumarnos un puro. Los de las tijeras doradas están al llegar. Ni siquiera llaman a la puerta.

 

Joaquín Marco
Escritor