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San Antonio

La baronesa triste por Álex NAVAJAS

La Razón
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La baronesa está triste. Tan triste como la princesa de la Sonatina de Rubén Darío, a la que, recientemente, Alfonso Ussía consideraba «merecedora de un serio y contundente correctivo paterno, como un par de leches bien dadas, por cursi». Apenada anda la baronesa porque no tiene el cariño de su hijo. No bastan los cuadros, no bastan los fastos; nada sustituye al amor de su vástago. Y, en eso, tiene toda la razón. Tan afligida iba que acudió a una vidente. Y es que, cuando uno se emborracha de amargura, hace cosas que no haría sobrio. Chesterton ya se dio cuenta: «Cuando uno deja de creer en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa». Incluso en que alguien se tome un café contigo y te diga que va a leer tu futuro fijándose en los posos que quedan en la taza. Eso hicieron la baronesa y la bruja sin escoba. Después se dieron un paseo hasta la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, «donde la aristócrata rezó y ofreció un donativo para conseguir la reconciliación con su hijo», nos relatan las crónicas del corazón. Esto de mezclar las churras con las merinas no es nuevo. En Cuba te hacen vudú y luego te regalan una estampita de la Virgen de la Caridad del Cobre. Y en África invocan al espíritu de la montaña para que te defienda y, por si acaso, rezan un avemaría por ti. Pero ya no hay que irse tan lejos. En el primer mundo abundan los magos, brujos, médiums y demás farsantes que se lucran a costa de la candidez, tragaderas o ignorancia de muchos. Aunque seas baronesa y poseas una estupenda colección de pintura. O, precisamente, por eso.