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Roma

Sueño con multa

La Razón
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Comprendo que se sienta feliz con su trabajo el ebanista que hizo la silla en la que me siento cuando leo, tan feliz como se habrá sentido con su creación el tipo que diseñó la lámpara con la que ilumino el libro. La gente feliz suele serlo a pesar del esfuerzo en el trabajo, a veces incluso gracias a la compensación que encuentran al final de la fatiga laboral. El ebanista hace sus sillas con regularidad, sin que en el resultado de su trabajo acuse su estado de ánimo, no dejando traslucir en el aspecto del mueble el efecto de un solo momento de amargura. Me pregunto por qué el tipo que escribió el libro que leo transmite a veces una sensación de felicidad que nada tiene que ver con su angustia personal y cómo es posible que incluso encuentre placer mientras releo uno de esos párrafos tan hermosamente tristes que son como una mariposa sobrevolando con las alas empapadas de aceite la resistencia de un hornillo incandescente. Pienso a menudo sobre la gratitud que le debemos a cuantas personas desarrollan su obra artística en condiciones emocionales próximas a la locura, muchas veces al borde del suicidio, aferrados en otros casos a la posibilidad de que alguien desconocido para él disfrute, sentado en la silla del ebanista, con la belleza inenarrable que tantas veces brota del dolor. Soy consciente de que le debemos al granjero el cuidado de los cerezos con cuyo fruto tantas veces disfrutamos, pero me emociona aún más el tipo que me permite degustar con los ojos, en las páginas de un libro, las cerezas que gracias a él brotan en los cipreses del cementerio. A veces uno no sabe muy bien dónde acaba la realidad y dónde empieza la deslumbrante fantasía. No lo sabe… o prefiere ignorarlo. Se necesita dinero para salir de viaje y pasar por lugares a los que siempre nos apetece ir. Conseguido el dinero, nada en principio nos impedirá realizar el proyecto. Lo difícil será que consigamos lo que nos viene dado en las hojas de los libros: ir en tren a uno de esos hermosos lugares mulatos y fronterizos por los que nunca pasó el ferrocarril. Sé de lo que hablo. Hace años me senté al volante del coche. Estaba rendido y me dormí mientras pensaba en la posibilidad de un viaje a Italia. Nunca hice aquel viaje, es cierto, pero al despertar de aquel sueño me encontré en el parabrisas del coche un sobre con una multa del ayuntamiento de Roma. Ahora lo que deseo es volver a aquel sueño por si al despertar encuentro en el parabrisas del coche otro sobre con el dinero para pagar la multa.