Crítica de libros

OPINIÓN: Democracia enferma por Agustín DE GRADO

La Razón
La RazónLa Razón

Arranca el curso político. Otro tramo de esta legislatura en descomposición de la que el desafecto creciente hacia la clase política es más que un síntoma. Una sociedad libre que considera a sus representantes parte del problema más que de la solución está ante una encrucijada peligrosa. No es fácil que una democracia sobreviva sin creer en la abnegación y superioridad moral de sus jefes, escribió Guizot.

A la vista de todos están las razones de esta merecida antipatía. Pocos reparan en la deriva de una sociedad acomodada, siempre lista para buscar culpables sin asumir responsabilidades. La sociedad no es más que la suma de hombres y mujeres con capacidad para transformar la realidad. Si cada uno, de forma individual, se reconoce inhabilitado para hacerlo, el resultado no puede ser otro: tenemos lo que nos merecemos. Las encuestas retratan una sociedad caprichosa. Culpa a los políticos de sus males a la vez que pone fe ciega en su poder para asegurar el bienestar general y la solución de sus problemas.

Abdicar de la responsabilidad individual tiene precio. Por ejemplo, ahora que los políticos se afanan en multiplicar las prohibiciones en el ámbito de la libre decisión que nos corresponde como personas adultas. Aceptándolas sin rechistar asumimos la incapacidad para conducirnos a nosotros mismos. Y después nos creemos suficientemente preparados para elegir a quienes nos van a guiar. Pero «no es posible–advirtió Tocqueville– establecer un gobierno enérgico y sabio con los sufragios de un pueblo de esclavos».