Actualidad

Transparencia total por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
La RazónLa Razón

Las diferentes candidaturas que concurren a las elecciones del próximo 26 de abril para elegir el nuevo equipo rector de la SGAE han optado por enfatizar al máximo el único discurso posible en estos momentos: más transparencia y menos excesos y prepotencia en la gestión. Si de ser rigurosos se trata, no hay duda alguna de que este mensaje resulta inevitable y de que, además de surgir del convencimiento personal de cada uno de los aspirantes, ha venido forzado por las circunstancias. Pero todavía queda margen para una revolución mayor que otorgue un plus de valor al equipo de gestión triunfador: la despolitización de la cultura.

El principal problema de la SGAE durante estos últimos años es que ha hecho prevalecer su función de satélite político por encima de cualquier otro perfil de gestión profesional de la cultura. Aquel mito trasnochado y casposo de que la cultura es patrimonio de la izquierda y sólo desde ese soporte ideológico es posible esgrimir una opinión legítima sobre cualquier cuestión referente a ella ha sido lo que la entidad de gestión ha tratado de cuidar con especial celo, hasta el extremo de convertirlo en su principal razón de ser. Si la cultura es libertad –idea que sólo me provoca una tierna sonrisa por el ejercicio de ingenuidad tan sofisticado que hay que realizar para creérsela–, es necesario comenzar por una despolitización sin concesiones de aquellas estructuras de gestión que sirven como interfaces sociales. Es evidente que cada uno puede pensar, actuar y votar lo que le dé la gana, pero lo que no se puede consentir es que una plataforma con tanta autoridad legal como la SGAE termine por desempeñar funciones de órgano de homologación ideológica, con el único objeto de discriminar a quienes no se ajustan a la ortodoxia. Muchos de los problemas que evidencia la cultura española tienen su origen en actitudes absolutistas como ésta, capaces de instaurar un régimen del miedo que ha acabado con lo poco de auténtico, espontáneo y honesto que todavía quedaba disperso entre nuestro tejido.