Hollywood
Hollywood acaba con Shakespeare
El apocalíptico Roland Emmerich arrasa los pilares de la literatura: según su nuevo filme, «Anonymous», el autor de «Hamlet» y «Macbeth» nunca existió
La vida de William Shakespeare es una enorme incógnita, un tapiz incompleto en el que hay parches de certezas sin continuidad aquí y allá. Pero algunos hay. Así lo afirman interesantes y amenos trabajos como el escueto libro de Bill Bryson «Shakespeare» (RBA, 2009), que se esforzó por atenerse tan sólo a las certezas y dejar de lado las especulaciones. Conocemos dónde nació el bardo (Stratford Upon Avon, pero no la fecha con exactitud), de quién era hijo y qué estudió. Sabemos que se casó con Anne Hathaway, dónde pasó algunos periodos de su vida (otros, como los célebres «ocho años perdidos», son un enorme agujero en blanco en el libro de la historia), y se sabe que irrumpió, ya como autor de éxito, en la escena londinense.
Sólo seis firmas
El hecho de que no dejara manuscritos –de su puño y letra se conservan sólo catorce palabras, entre ellas seis firmas en documentos legales, todas de similar estilo pero diferentes grafías del nombre–, entre otros misterios, ha contribuido a fomentar las teorías «conspiranoicas». Con este filón pidiendo a gritos ser explotado, el maestro de los fuegos artificiales de Hollywood, Roland Emmerich, ha viajado en su nueva película a la Inglaterra isabelina. En «Anonymous», el director de «Independence Day», «El día de mañana» y «Godzilla», entre otras joyas del pensamiento, niega la existencia de Shakespeare. Según él, fue, en realidad, un seudónimo de Edward de Vere, Conde de Oxford. Pero muchos ya habían desmontado esta teoría, el propio Bryson entre otros: «Es agarrarse a un clavo ardiente o reventar», sentencia en su libro sobre los argumentos absurdos empleados por los defensores de la autoría de Oxford ante la evidencia contraria: la más importante, que De Vere murió en 1604, cuando algunos dramas de Shakespeare aún estaban por ver la luz, y cuando lo hicieron fue con referencias a acontencimientos que el noble no pudo llegar a ver.
Uno de los principales traductores de Shakespeare al español, Ángel Luis Pujante, aclara que «el asunto no es nada nuevo. En 1920 un tal J. Thomas Looney propuso a Edward de Vere, Conde de Oxford, que ha permanecido como uno de los más socorridos candidatos a reemplazar a Shakespeare como autor de sus obras». Looney y quienes piensan como él forman parte de los llamados «antistratfordianos». Pero no son los únicos: «Ya antes, en 1856, Delia Bacon propuso al escritor Francis Bacon como el verdadero autor de Shakespeare», explica el traductor. ¿Qué hay detrás de estas teorías? «Se basan en la idea romántica de que la obra es siempre reflejo de su autor. Como las de Shakespeare revelan una mente excepcional, con un gran bagaje cultural y humanístico, algunos no conciben que las escribiera un aldeano. Pero sus contemporáneos Christopher Marlowe y Ben Jonson también eran de una extracción social modesta, y también hay otros dramaturgos isabelinos de talento que están en este caso», añade Pujante. Y recuerda que la educación humanística era habitual entonces. «Estas teorías siguen siendo muy insuficientes y especulativas, y sus autores no han aportado un solo documento que demuestre concluyentemente lo que afirman».
César Oliva, uno de los estudiosos más reconocidos del teatro español y autor de estudios sobre el dramaturgo inglés, contempla con humor y comprensión la aparición de propuestas como la de Emmerich: «Responden a la falta de datos. Cuando no se tienen muchos sobre algún hecho histórico, se tiende a inventarlos. No pasa un año sin que salga una biografía o una obra de ficción sobre Shakespeare».
Las teorías que cuestionan su identidad, además, son todas posteriores al siglo XVIII. «En tiempos de Shakespeare y durante los dos siglos siguientes nadie dudó lo más mínimo de que él fuese el autor de sus obras –añade Pujante–. Quienes sostienen lo contrario deberían empezar por rebatir las pruebas documentales existentes de que Shakespeare es el autor de ellas. Y las hay». Si bien su obra teatral sólo fue recopilada de forma completa a su muerte en el famoso «Primer folio», sí aparece identificado como autor en las dedicatorias de sus poemas. «Su nombre figura en los registros del Oficial de Festejos como autor de obras dramáticas representadas ante el rey. Sus contemporáneos las elogiaban notablemente... Todo ello está documentado y se han escrito trabajos que demuestran convincentemente que el único autor de sus obras no pudo ser otro que Shakespeare», concluye Pujante. «Lo demás no son sino cábalas».
Vivió, estrenó y se retiró
A los escépticos les descolocan cuestiones que Oliva considera «bonitas e interesantes» como la falta de afán de Shakespeare por publicar sus obras. Fueron sus amigos Henry Condell y John Heminges, a su muerte, los que recopilaron sus textos acudiendon a la memoria de los cómicos. El profesor comprende los motivos que mueven a los escépticos –«la falta de datos y ese interrogante sobre cómo una persona que sólo fue a la "grammar school", la escuela primaria, y que no pisó la universidad, pudo saber tanto de la vida y de la Grecia y la Italia clásicas, sin salir de Inglaterra, que se sepa»–, pero tiene claro que «es muy difícil desmontar la idea de que un tal Shakespeare existió: estrenó sus obras, hizo mucho dinero en los teatros de Londres y se retiró cuando se sintió cansado, enfermo o todo a la vez».
Un rostro enigmático
A las especulaciones sobre la identidad de Shakespeare contribuye el hecho de que no se conserven retratos fiables. De los cuatro más famosos, el llamado «retrato Chados» podría ser el más ajustado a su fisonomía y es el único fechado en vida del autor. El problema es que no se sabe con seguridad quién es el sujeto del lienzo. Los otros tres, que sí se sabe que muestran al escritor, son de menor calidad y se hicieron después de su muerte.
El conde de Oxford
Inteligente y patrón de actores, escribió sonetos y dramas. Pero también se dice de él que fue un hombre arrogante, vanidoso y violento.
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