Moda

Cibeles mercadillo «deluxe»

La calidad y el «todo vale» se confunden en la segunda jornada de la pasarela

Una modelo luce una creación del diseñador David Delfín durante la segunda jornada de la Cibeles Madrid Fashion Week
Una modelo luce una creación del diseñador David Delfín durante la segunda jornada de la Cibeles Madrid Fashion Weeklarazon

Ayer tocaba día de mercadillo en El Ventorro. También en Ifema. En aquel, los tomates han bajado y era fácil llevarse una ganga por menos de seis euros. En Cibeles, había que rebuscar entre los montones –como en Sepu– para rescatar algo. Sobre todo si el personal hacía lo propio en el desfile de Montesinos. «¡Joder! Que son mis 40 años en la moda y no he podido pasarme», se lamentaba en el «backstage» el valenciano, consciente de que «es la etapa más difícil de mi vida. He hecho un trabajo de alta costura, con el presupuesto más pequeño de mi carrera. Hoy en día es muy difícil vender y cobrar». Un ejercicio de sinceridad loable frente a su batiburrillo de propuestas imposibles de asimilar: bodies de ganchillo de inspiración torera con la bandera patria, Míster España con falda y capacho, una modelo que pierde los flecos de un vestido de noche y la madre de todas las peinetas para un vestido de novia a la que abandonar en el altar sin nota de despedida. La crisis de los 40. Claro, que para gustos los colores, y ahí estaba Arantxa de Benito con cara de «me lo compro todo». Eso sí, para vender espectáculo, el valenciano no tiene precio. Sube a Elena Barquilla, Estefanía Luyk, a unos maromos de gimnasio y a María Pineda, que pasa por un momento complicado de salud.
Y si para Montesinos todo vale en este rastrillo, a Davidelfin le basta con unos retales, restos de las colecciones anteriores y la inspiración de un chándal yonki –dicho por él mismo– para hacer una colección. Claro que sobre la pasarela hay un abismo. «He cogido la carta de colores y los muestrarios de tela de nuestros proveedores como punto de partida». Uno piensa entonces que David está en las últimas. Al menos, no en talento. «La crisis sigue estando ahí. Es cierto que somos de los pocos países en los que el diseño y la industria van cada uno por su lado. Está complicado, pero hay ganas de continuar». ¿El resultado? En una misma falda, pantalón o camisa, se mezclaron tejidos a priori enfrentados de por vida, pero reconciliados para la ocasión. Y bien avenidos en algunos casos con cremalleras y costuras con vida propia.
No es el único que ha dado pasos adelante en el color. Roberto Torretta, de la mano de su inseparable Fred, apostó por los blancos, azules y berenjena tanto en el popelín como en el algodón y el cuero. Salió vencedor a través de siluetas sueltas que se mueven hacia lo masculino sin restar un ápice de femineidad. En esta apuesta por la investigación, casi ingeniería, Hannibal Laguna no se quedó atrás. Cuando él se empeña en algo, lo consigue. Cueste lo que le cueste. «En esta ocasión quería que cada vestido fuera una flor, tanto en la textura como en el color», dice. Y tal es el hiperrealismo que persigue, que al acercarse a un vestido rosa se veía como tal, con ese empolvado que tiene la flor, con el tacto que da la gasa y con unas horas cortadas a tijeras. Pero, sin espinas. De aúpa el trabajo de los volantes para el que ha usado papel, soplete… Ni Bricomanía. Debería Hannibal embarcarse en la aventura asiática, porque tal y como le lucía a la única modelo oriental de todo el casting de Cibeles –con tropezón incluido–, es para lanzar un: «¡Ay, que me lo quitan de las manos!».
En la línea de los artesanos, más propios de los mercadillos medievales, también se movió Teresa Helbig, que parece buscar un Guiness. «Desde julio llevamos trenzando tiras de ante». Y su equipo asiente con la cabeza ante la jefa, que es una más para elaborar, por ejemplo, un abrigo realizado con 900 tiras de groguen en 146 piezas. O en tejer piña natural. De alucine.

La moraleja
Más previsible, Agatha con sus corazones, flores y estrellas, aunque los trabajos en rojo –líneas, cuadros o «total look»– son apetecibles, tanto como los bolsos, zapatos y biquinis. En esto de aprovechar lo mejor de cada puesto del mercadillo cibelino, Modesto Lomba aporta el juego de los traslúcidos –casi transparencias– con moraleja: «La búsqueda de lo interior evitando la desnudez grotesca». Filosofía geométrica siempre la de Modesto frente a la prosa de Kina Fernández, embarcada en un viaje al Himalaya, de donde ha vuelto con pantalones de cruzado hindú, unos bordados circulares –no lunares– que visten que da gusto y unas manchitas de color a modo de estampados que disimulan el kilo que nunca se pierde cuando se busca. Y eso se agradece, sobre todo en un rastrillo «deluxe» como es Cibeles.