Música
Madonna se reivindica como reina del pop
Madonna sabe montar un gran espectáculo, desde luego. Ella no es la chica de la guitarra y la voz dulce, ni hablar, ella es la señora de las pantallas gigantes, las plataformas móviles, los millones de bailarines y un poco de «burlesque» con pirotecnia incluida. Confeccionada co-mo un gran puzle audiovisual, su nueva gira, «MDNA», demuestra que la cantante sabe adaptarse a los tiempos, y ahora toca el 3D y las proyecciones móviles y los efectos asombrosos. Tiene casi 55 años y se mueve como una mujer de 55 años, pero sabe rodearse de la parafernalia suficiente para seguir siendo esa «ambición rubia» de los 80. El concierto de ayer en el Palau Sant Jordi de Barcelona, ante 18.000 enfebrecidos admiradores, fue como un gran truco de magia que sacó de la chistera a la vieja Madonna, es decir, a la joven. Sólo era un truco, pero funcionó.
Megalomanía
Había mucha expectación en este arranque de gira, en el que se ha sacado un pecho en un sitio, ha enseñado el culo en otro y en Barcelona podía pasar cualquier cosa. Unos golpes de campana, sacudida por unos tipos con túnica roja, abrían las puertas de una espectacular catedral gótica que parecía llegar hasta el mismísimo cielo. La cantante apareció allí y bajó desde un púlpito, vestida de negro, a tierra. Empezó a hablar, a confesarse, pero la gente gritaba tanto que no se entendía. Y a partir de aquí ya estaba, la ceremonia de autoindulgencia y megalomanía dio comienzo, y con «Girls gone wild», último single de su nuevo disco, la gente pudo empezar a hacer lo que quería, bailar. En los cinco primeros minutos, el público parecía vapuleado por tanta grandiosidad, abrumado por los diferentes frentes audiovisuales que se multiplicaban a su alrededor. Había 24 estímulos por segundo e iban creciendo. La catedral desapareció y en su lugar empezó un terrible incendio, como si el sol se hubiese enfadado de verdad. De pronto, el fuego también desapareció y ahora estábamos en un bosque arrasado y en «Avatar» y otra vez en la catedral, mientras se oían «samplers» de «Material girl» y «Give it 2 me». Quedaba claro que la era del «corta y pega» se ha instalado en los macroespectáculos, y que con una carrera de más de 30 años sólo tienes tiempo de mostrar trocitos de tus éxitos si quieres meterlos todos en dos horas de conciertos.
Esta sensación de puzle, de acertijo constante y de sobreinformación mareante fue la tónica de una noche que se centró mucho en la última etapa de la cantante, con ocho canciones de su último disco en escena, y poco en sus grandes éxitos. La excepción en esta primera fase fue «Papa don't preach», con los bailarines, con una extrañas máscaras amenazantes, tomando el protagonismo y Madonna demostrando que sus dotes de actriz necesitan muchos efectos especiales.
Después del típico montaje de vídeo, o no tan típico, más bien alucinante, Madonna volvió a aparecer y hasta tuvo tiempo de un guiño irónico contra su álter ego Lady Gaga, uniendo «Express yourself» con su plagio «Born this way». Le siguió «Give me all your lovin'», con mayorettes y orquestas de instituto, y después «Human Nature» y «Vogue» y «Like a virgen» y «Like a prayer» y un final con «Celebration» que puso al público dos metros sobre sus pies, exhausto y feliz de que haya alguien como Madonna que todavía se esfuerce tanto en entretenerle. Tardó en salir 45 minutos, pero la espera valió la pena. El gusto por el efecto sorpresa sigue más vivo que nunca en Madonna. Este concierto fue una prueba de ello. Incluso no pararon de haber homenajes cinéfilos durante su actuación, desde la puesta en escena muy «tarantiniana» de «Gang Dand» a la locura circense a lo «Misión imposible» de «Hang up». Los que vayan hoy a su concierto harán bien en no perderse ni un segundo de los que pasa en el escenario porque ni siquiera pueden pestañear porque ya se habrán perdido algún detalle. No había pausas. Los números musicales se sucedían sin parar en «I don't give a». Madonna se atrevió a atravesar la pasarela que la comunicaba con el público, guitarra en mano para simular lo chula que es ella y lo poco que le importa lo que opinen los demás, lo que está muy bien, sobre todo si se lo dices a 18.000 personas que te adoran. Esto acabó con la imagen de la ciudad en ruinas sobre el escenario, Madonna en una tarima de dos metros de alto y el público rendido a sus pies.
A veces incluso no sabías donde mirar, si al principio de la pasarela, al escenario principal o a las pantallas gigantes que culminaban la puesta en escena. Aún así, el público sólo tenía ojos para la reina y la seguían allí donde iba. Una pena que el «show» en conjunto era mejor que la individualidad. Así pasaron como un suspiro casi dos horas de puro entretenimiento.
El lado más oscuro; por X. SÁNCHEZ Pons
De las últimas giras que hemos podido ver de Madonna, ésta es sin duda la que ha tenido la primera hora más espectacular y sorprendente que se recuerda. Un inicio de concierto que ha recordado a las películas de terror clásicas de los sesenta con guiños en la iluminación al «Drácula» de Coppola, y que ha dado paso a una sorprendente puesta en escena que rozaba casi el «gore» con una Madonna convertida en una heroína de acción. Lo que ha seguido ha sido algo nunca visto en su carrera al jugar con la iconografía del vudú y los muertos vivientes. La cantante ha sacado el lado más oscuro de su carrera.
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