Crítica de libros
Escuchémosle
Einstein creía de forma apasionada en la existencia de normas absolutas del bien y del mal y consagró su vida a la búsqueda de la certidumbre. Murió con el desencanto de ver cómo su teoría fue víctima de un fatal equívoco: la gente confundió la relatividad física con el relativismo moral, y éste derivó en una auténtica pandemia social.
El relativismo es hoy dogma universal. Y la corrección política, su férreo guardián. Ése que nos empuja a la neutralidad y nos impide emitir juicios de valor sobre lo que son conductas malas o buenas, comportamientos correctos o equivocados. Bueno. Malo. Correcto. Equivocado. Lenguaje desterrado de un mundo en el que sociedades consentidas y dirigentes sin liderazgo se retroalimentan.
Zapatero es buen ejemplo: «La verdad es la formación de una opinión mayoritaria. Y los valores de la ciudadanía, los que deciden libre y responsablemente quienes representen a los ciudadanos». A esta España donde todo vale si tiene los votos suficientes llega Benedicto XVI con un mensaje diáfano: «Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia».
Existen principios morales objetivos, más allá de las mayorías cambiantes, y la fe –dice el Papa– ayuda a la razón a descubrirlos. Escuchémosle. Es la contribución de la religión a un debate inaplazable porque –alertó Tocqueville– «es el despotismo quien puede prescindir de la fe, no la libertad».
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