Ministerio de Sanidad
Historia de una infamia por Reyes Monforte
Sólo hay dos cosas más infames que mentir a la víctimas: utilizarlas y manipularlas. Y eso es lo que se ha venido haciendo sistemáticamente en los últimos años con las víctimas de la mal llamada violencia de género. Nuestros representantes políticos tardaron 11 años en aprobar esta ley que hace aguas mientras continúa el reguero de muertes. De nada sirve aprobar una ley si no se puede aplicar por falta de medios económicos, técnicos y humanos. De nada sirve una orden de protección o una pulsera electrónica si su funcionamiento es defectuoso o si cuando se activa nadie está pendiente.
La lucha contra la violencia de género se basa en la demonización del género masculino «per se» y en la exigencia –a veces poco ortodoxa– de que la maltratada denuncie como panacea de todos los males. Cargar sobre la espalda de la víctima el duro trance de denunciar para luego dejarla sola ante el peligro, a la espera de una resolución judicial o de unas medidas cautelares que no llegan, es una demagogia peligrosa. Si fuera tan sencillo, ¿cómo explican que un gran número de mujeres asesinadas hubieran denunciado?
En los últimos cinco años, y siempre según las estadísticas (sobre la manera de elaborarlas también habría mucho que hablar, como ocurre con las cifras de muertos en carretera de la DGT), las muertes no se han reducido –excepto en 2009– a pesar del dinero gastado en publicidad y en subvenciones millonarias destinadas a asociaciones, encuentros y foros diversos, que no en medios humanos y técnicos.
Basar y cimentar una ley sobre la debilidad de la víctima, la injusticia y la erradicación de la presunción de inocencia da fe del fracaso de esta política simplista. No deben minimizarse sus graves errores, sus lagunas legales, su interesada tergiversación política y mediática. Tratar de banalizar y ridiculizar las denuncias falsas, esa repulsiva utilización del drama que sufren las maltratadas por parte de otras mujeres con el único objetivo de vengarse o salir beneficiadas de un proceso de divorcio, es algo tan aberrante como digno de ser denunciado y no acallado como intentan algunos para maquillar sus encuestas o conservar sus puestos de trabajo.
El circo, la utilización partidista, que en los últimos años ha llegado a ser vomitiva, y el mercadeo chabacano que se está haciendo de la violencia de género, y no precisamente por parte de sus víctimas ni de los profesionales que les ayudan, no hace más que ahondar en la herida de las maltratadas. Cada vez que utilizan su dolor es como si recibieran otro duro golpe. Si la justicia llega tarde o muda en injusticia, no sirve de nada.
Reyes Monforte
Escritora y periodista
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