Catolicismo
Veinte años
Hoy es domingo, y coincide con la solemnidad de Santiago Apóstol, el patrón de España. Santiago es hijo de Zebedeo y hermano de Juan; se nos describe a su madre dotada de fuerte personalidad y firme decisión, una mujer que desea lo mejor para sus hijos; conoció a Jesús por su hermano y dejando a su padre decide seguirle… Poco más sabemos. Es curioso observar cómo Jesús responde no a la madre de los Zebedeos -que es quien le pide- sino a ellos. ¡Qué bien sabe leer Jesús los corazones de sus amigos! No le conocen, pero ya le siguen y le quieren; y ese afecto, aún sin pulir, será verdadera amistad cuando sean capaces -¡y lo serán!- de dar la vida por su Amigo. Los otros once apóstoles se indignan; tampoco ellos conocen aún al Señor; queda patente que entre ellos, más que quererse compiten. ¡Qué maravilla saber que poco a poco Jesús les irá «robando el corazón», y se irán haciendo más perfectos en sus relaciones mutuas! Aprenderán a perdonar sus debilidades, a lavar los pies como hacía el esclavo... ¡como el Maestro con ellos! Se conocerán a sÍ mismos, no se escandalizarán y se dejarán amar; este amor misericordioso les transformará; por ello, con Pablo, podrán decir: «no nos predicamos a nosotros mismos sino a Cristo, y éste crucificado». Con sus palabras y gestos, con su obrar día a día, manifestarán que son «vasijas de barro», pero ministros, mensajeros y anunciadores de un gran tesoro: el Amor de Dios, la mayor fuerza curativa y transformadora de la historia humana. Y como nada temerán, porque lo han alcanzado todo, terminarán dando la vida: «beberán el cáliz». Santiago quiso ocupar uno de los primeros puestos en el Reino de Dios; y Dios le concedió ser el primero de los Apóstoles en dar la vida por el anuncio del Reino. Este hecho es lo único que le hace especial; por lo demás es «uno de los nuestros», uno como tú y yo. Me explico: todos apetecemos los primeros puestos, el reconocimiento y los honores, pero todos somos invitados por Jesús a estar en nuestro sitio, que no es sino el del servicio y la disponibilidad. Y todos descubriremos que llevamos el tesoro del Evangelio en la frágil vasija de nuestras debilidades y pecados; así se verá más clara la fuerza de Dios y la potencia de la Palabra que anunciamos. Esta es mi experiencia, de modo particular en los últimos veinte años, porque hoy quiero repetir con vosotros una profunda Acción de Gracias a Dios al celebrar mi XX aniversario de Ordenación Sacerdotal, mi «cumple-cura» como cantan los niños del campamento. ¡Gracias, Señor, por contar conmigo!, ¡Gracias, Señor, por tu fidelidad! ¡Quiero seguir siendo sólo servidor y esclavo -por amor- de los hombres! ¡Quiero seguir siendo instrumento en tus manos, Señor, siervo inútil que hace lo que tiene que hacer! Nada más, pero… ¡nada menos!
*Capellán de la UCAM
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