Historia

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Antiquísimas novedades

Si contamos, hoy, los bachilleres, licenciados y doctores, y otros muchos títulos, y muchos más que va a haber, esto parecerá la Atenas de Pericles

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Obviamente, cada tiempo, especialmente si se cree el ombligo y plenitud de la historia, tiene una valoración de las cosas; y decide entonces lo que es válido o no, lo que es correcto o no, y cuáles son las señales en uno y otro caso.
Los títulos académicos, por ejemplo, impresionaron mucho en el período barroco y hasta ayer por la mañana, e incluso hoy mismo, pese a su inflación. De manera que leo en un estudio sociológico la afirmación de que la sociedad rural ha desaparecido en una determinada región española, porque en los pueblos, el que menos tiene es un título de especialidad técnica, y se leen abundantemente los periódicos. Y en otro informe de la misma exhaustiva entidad, aunque acerca de otra región, aseguran que ésta está muy retrasada, porque todavía es allí utilizada la calefacción llamada «gloria», es decir, el «hipocaustum» romano, o calefacción del suelo caliente que, ahora, en cuanto que calentado eléctricamente –y, por lo tanto, pagando por ello mucho más que alimentado con hojas secas de pino– se llama «suelo radiante», que es un nombre tecnológica y publicitariamente muy eufónico.
He contado, luego, por curiosidad, los doctores y los analfabetos de un pueblo castellano, ya grandecito para la época – un poco más tres mil habitantes en el reinado de Carlos I– y ha resultado que había nueve doctores, médicos aparte, y once analfabetos mayores de doce años. Y lo anoto como puro signo de los juegos que pueden hacerse con los estudios sociológicos para avalar nuestros prejuicios u opiniones. Porque, si contamos, hoy, los bachilleres, licenciados y doctores, y otros muchos títulos y mucho más que va a haber con el aumento de especialidades, esto parecerá la Atenas de Pericles. Aunque no es seguro que esas lumbreras estén en disposición de contestar dónde está Isla Mauricio, de no decir «contra más», o de saber lo que es un hipocausto o lo que significa «Vale» al final de un escrito en siglos pasados.
En el sepulcro de Pascal, sus amigos escribieron «Doctus, non Doctor», queriendo significar que era un sabio, no alguien que tenía un título de doctor, que lógicamente no es lo mismo. Pero en todos los siglos han cocido habas y, cuando, en el siglo XVI un muchacho salía del pueblo para hacer estudios, sus convecinos, que, sin duda sabían muy bien –como se supo siempre– que el dinero y las recomendaciones podían hacer milagros, si el muchacho no tenía estas «ayudejas», le deseaban la buena suerte de tenerlas.
Aunque no sólo eran el dinero y las «altas influencias» las que contaban, sino la política; porque, naturalmente, el actual criterio de selección por la ideología, los colorines, y la tribu de nuestros modernísimos tiempos es más viejo que el hilo negro; y ya quienes supervisaron las listas de candidatos a consejeros de Carlos I, por ejemplo, utilizaron el criterio de la pertenencia a la «casta de labradores» o limpieza de sangre como lo más meritorio. Como luego se haría con la pertenencia al Partido, algo que también se da en las mentes partidistas de las famosas democracias avanzadas, que ha afianzado el criterio de que entre un candidato a alguna función pública, que tiene sus saberes y experiencias, pero no tiene ideología de ninguna clase, y un candidato ayuno de todo conocimiento pero conveniente por alguna razón, éste es el que deberá elegirse. A esto se llama discriminación «positiva», revaloriza lo que la echen, y, para más «inri», es ejemplo vivo de igualdad.
La actual numinosa expresión de lo «políticamente correcto» sólo significa lo que siempre ha significado: estar de acuerdo con quien mande, o con lo que dice todo el mundo, lo que se define como estar con el Espíritu del Tiempo y con el del Pueblo, y, dicho en alemán, resulta, además, impresionante: «Zeitgeist» y «Volkgeist». A los nazis les encantaba, y ahora también a los políticos de turno, aunque ungiendo el asunto de gran palabrería sobre modernidad, solidaridad y humanitarismo, naturalmente.