Aborto
Científicos contra el aborto libre
La «Declaración de Madrid» desenmascara a los «expertos» de Bibiana Aído
Aunque sólo fuera por el debate social que ya ha provocado en sus primeras horas, se puede afirmar que la campaña de la Conferencia Episcopal contra la ley del aborto libre es todo un éxito. Si lo que los obispos pretendían era agitar las conciencias e impedir que la iniciativa del Gobierno pasara desapercibida entre tanto ruido de sastres infieles, espías invisibles y jueces viajeros, no cabe duda de que lo han logrado. Como suele ocurrir cada vez que la Iglesia hace uso de su legítimo derecho a opinar, tiempo les ha faltado a los dirigentes socialistas, a los grupos proabortistas y a su coro mediático para atacarla con frases de brocha gorda que recuerdan a los «comecuras» del siglo pasado. En el caso del Gobierno, sorprende que se haya erigido en portavoz el ministro de Sanidad, Bernat Soria, teniendo en cuenta que ha sido marginado de esta cuestión en beneficio de la ministra de Igualdad, pues para los dirigentes socialistas el aborto es un derecho de la mujer y no precisamente una cuestión de salud o de ciencia. De todos modos, no puede decirse que Soria haya estado acertado ni oportuno llamando extraviado al Episcopado, pues «va por un camino y la sociedad por otro». No es ésa la opinión que tienen los mil científicos, biólogos, juristas, psiquiatras, pediatras, ginecólogos, filósofos, catedráticos e intelectuales que han firmado la denominada «Declaración de Madrid», presentada ayer. Que en esta nómina figuren los más eminentes científicos y académicos en investigación biológica supone no sólo una réplica contundente al ministro, sino que también desenmascara a la Comisión de Expertos creada por Bibiana Aído para «vestir» la ley del aborto libre. Además, la «Declaración de Madrid» es especialmente relevante porque desmonta las falacias abortistas desde la óptica estrictamente científica, sin entrar en argumentos ideológicos, filosóficos o religiosos. Así, subraya que existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación, de ahí que fijar el derecho a la vida en unos plazos es inaceptable porque uno no pertenece más o menos a la especie humana según el número de células que tenga o según los kilos que pese. Como ha recordado uno de los científicos firmantes, la biología celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, en cuyo núcleo se encuentra la información genética que determina su diferenciación. Por tanto, el aborto no es sólo la interrupción voluntaria del embarazo, sino la interrupción directa de una vida humana. Conviene subrayar la novedad y la importancia de que un millar de científicos e intelectuales hayan abandonado la discreción de sus laboratorios y cátedras para plantarle cara públicamente a un Gobierno que, además de erigirse en intérprete único de la sociedad, intenta reducir la oposición al aborto a simples motivos religiosos que agita una Iglesia católica oscurantista y reaccionaria. En todo caso, la audaz iniciativa publicitaria de los obispos complementa a su modo la «Declaración de Madrid» y tiene la virtud de plantear en plena calle la insalvable contradicción de un Gobierno que castiga con penas muy rigurosas la destrucción de plantas y huevos de animales protegidos, pero eleva a derecho la eliminación de un feto humano de hasta 22 semanas. Con el lenguaje propio de la publicidad, la Iglesia desenmascara esa enfermedad moral de quien tiembla de ternura por un gatito, pero no pestañea ante la trituradora de fetos ya formados. Esto es lo verdaderamente escandaloso y no que la Iglesia haga pedagogía desde una valla publicitaria.
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