Fotografía

Colgados por Beuys

Fotografías, películas e instalaciones. Valencia reúne una parte de las obras en serie que fueron marca del autor.

La Razón
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Valencia- El IVAM, en colaboración con el Kunstmuseum de Bonn, dedica una exposición a los «múltiples» de Joseph Beuys. En ella se reúne 115 obras realizadas en serie utilizando todos los formatos, desde fotografías y obra impresa a películas e instalaciones. La exposición abarca cinco ámbitos temáticos desde la mitología personal, con su traje de fieltro que Byrne homenajeó en el vídeo de Talking Heads; a su proyecto vital, con las obras que tratan la transformación de la energía, de la grasa y la miel como metáfora de los procesos sociales (es evidente su influjo en el Barceló conceptual que utilizaba carne picada y pigmentos). Otro capítulo lo forman las acciones ecológicas que marcan su evolución hacia la consideración panteísta de la naturaleza. Y, por último, su faceta más polémica, la de provocador y «performer».

Una exposición que explica la ambición de Beuys de lograr la «obra de arte total», fantasía recurrente del arte radical, de clara raíz romántica por su elitismo, antimodernismo y gusto por lo primitivo y lo irracional. Pero lo que singulariza esta ingente producción antiartística del último artista romántico del siglo XX son las numerosas contradicciones que plantea su obra a la teoría crítica.

Resulta paradójico que para un artista que se opuso a la fetichización de la obra de arte se trafique con el más insignificante de sus papeles garabateados y se los disputen como reliquias milagrosas. Si la desmitificación estaba en la base de la concepción antiartística de su obra, la museificación quebró otro de sus principios: la perdurabilidad del objeto expuesto a la degradación de la materia y la extinción orgánica de la obra. El museo es conservador y contrario a la máxima de Novalis repetida por Beuys: «Todo ser humano es un artista».

 

Gusto por lo primitivo

Si cualquier acción individual es arte, queda abolida la frontera que lo separa de la vida. Estamos, pues, ante el más aventajado discípulo del dadaísmo y de Marcel Duchamp, piedra angular de la rebelión contra las vanguardias históricas y responsable del todo vale de la posmodernidad, con la «teatralidad artística» del arte conceptual: los «happenings», las instalaciones y las performances.

En su militancia contra el aura, que W. Benjamin daba por muerta, Beuys creó cientos de «múltiples» cuya función social era protestar contra la mercantilización del arte y cuestionar la idea de originalidad de la obra única. Un proyecto orientado a la reeducación de la sociedad y a lograr su mayoría de edad espiritual mediante la «democracia directa», de resonancias maoístas. Los resabios totalitarios de Beuys eran moneda corriente en los 60 y 70, con su misticismo hippie y un didactismo revolucionario ingenuo. El «agit-prop» de los años de plomo respondía a consignas como la «acción creativa», la «plástica social» y el «concepto ampliado de arte».

 

Salvado por los tártaros

A la voracidad mercantilista contrapuso la «feria de productores», en donde los artistas exponían y vendían sus obras. Resulta obvio que el compromiso político fue arrumbado por el éxito comercial, del que abominaba y por la sacralización de su obra como objeto convertido en fetiche en los grandes museos. Su vida se mantuvo «sotto voce». Se afilió a las juventudes hitlerianas a los quince años. Fue piloto de aviación de la Luftwaffe y los últimos años de guerra los pasó en un campo de prisioneros inglés. Destinado al frente de Crimea, su Stuka fue abatido, pero lograron rescatarlo con vida. En su biografía fabula sobre aquel accidente: «Si no hubiera sido por los tártaros yo no seguiría vivo». Según Beuys, unos nómadas tártaros lo encontraron quemado sobre la nieve y lo curaron untándole el cuerpo con grasa animal y envolviéndole en fieltro. Doce días después se despertó en un hospital alemán, sin la certeza de haberlo vivido o soñado.

Sea como fuere, esta elaboración fantástica sirvió de núcleo de su mitología. Él mismo se convirtió en personaje mesiánico, con su sombrero calado como Indiana Jones y el abrigo estilo Murnau. Se sabía dotado del poder chamánico de transubstancializar el sebo y el fieltro en materia artística y de disolver la obra de arte hasta hacer emerger al artista como la obra de arte total, según la máxima de Duchamp.