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Cómo curarlas heridasde la locura

La Razón
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Más que una entrevista, nuestra charla parece una terapia de grupo. Es la primera vez que Michael Greenberg habla de la bipolaridad que afecta a su hija Sally y, tampoco yo, había verbalizado que mi marido estaba aquejado de idéntico desorden –explicado en mi libro «Trastorno Afectivo Bipolar» (Edaf)-. «Yo fui incapaz de contarlo más que en círculos reducidos...» Hasta ahora, en que se asoma al balcón del delirio vivido hace trece años para testimoniarlo en una novela de corte autobiográfico sin escatimar un ápice de dolor. En «Hacia el amanecer» (Seix Barral), el escritor neoyorkino narra, como un navajazo poético, el estallido de la primera crisis eufórica –también llamada hipertímica o maníaca– de su hija Sally cuando tenía la temprana edad de 15 años, así como el descenso al averno del desconcierto al que arrastró a toda la familia. Cronología líricaNo es un texto divulgativo. Se trata de una suerte de cronología lírica que nos acerca a una situación desconcertante que sólo la pluma de un poderoso autor, con verbo preciso, podría acometer... «Sólo es el libro que hubiera deseado leer durante la enfermedad de Sally», puntualiza desde su modestia. Y en eso se afana: en testimoniar lo ocurrido aquel verano de desesperanza en el que la feroz locura, se instaló en su casa y en sus vidas. Sesenta días de infierno duró la psicosis de su hija y, aunque lo intentó en varias ocasiones, no fue hasta hace unos meses que pudo exorcizar aquellos hechos como dardos, volcándolos a papel. Ahora, mientras prepara el guión para la adaptación cinematográfica, vuelve a revivirlo: «Cuando se enajenó yo me bloqueé. Pero lo más desasosegante es que cada vez era más inalcanzable; se habían roto todos los puentes para la comunicación. Yo le había enseñado a hablar y a leer, y ahora las palabras eran un muro que se interponía entre nosotros». Como una posesión. «Exacto –enfatiza con el ademán y el verbo– porque si no introducimos una explicación supersticiosa no podemos explicarnos esa transformación brutal en nuestros seres queridos...». En esa temporada en el infierno, es en la que se centra el libro. Esa estación escandalosa y extravagante en la que nada tiene sentido para los «mortales cuerdos», mientras que el afectado se convierte, «en un ser mesiánico, en una especie de oráculo que habla con dobles sentidos y frases crípticas, tiñiéndolo todo de desconcierto...».En el pabellónAnte la pérdida del cordón umbilical con la realidad, los Greenberg se ven obligados a recluir a la pequeña Sally en un pabellón psiquiátrico, «Aunque sé que ellos no lo viven de un modo dramático, para el entorno supone un momento de desesperanza»... No son un peligro pero el delirio transitorio que atraviesan puede meterles en algún lío: padecen insomnio, logorrea, necesidad de epatar, hiperactividad, creen poseer el don de la ubicuidad. Un derroche de energía –le digo–... A veces me pregunto, si no se podría hacer algo con tanto combustible bioquímico desaprovechado. El neoyorkino ríe entonces con gusto. Sobre la estigmatización de «la locura» y el miedo atávico que nos embiste a los mortales ante la pérdida de razón propia o cercana, el autor comenta: «Desde luego sí supone un handicap que se manifiesta en forma de rechazo, burla, alejamiento o crueldad». Por ello intentó explicar lo vivido en primera persona y narrar el desconcierto como un entomólogo que asiste a la catástrofe por primera vez. «Mi intención era drenar dolor, al tiempo que popularizar el trastorno para que el gran público le perdiese miedo». Porque, la psicosis no supone más que un pequeño paréntesis de «anormalidad» en la vida de un individuo. «Aunque tener conciencia de que sería algo pasajero no nos libró de quedarnos a la intemperie como familia». Michael Greenberg no escatima dosis de verismo cuando cuenta cómo la enfermedad de su hija estuvo a punto de mandar al traste su matrimonio... «El impacto fue tan brutal –aclara-, que nos desestabilizó a todos. No pude trabajar durante meses, mi relación de pareja con la madrastra de Sally se resintió, estuvo a punto de costarle la carrera universitaria a mi otro hijo». La enfermedad mental desquicia todo lo que toca a su alrededor, y así, en el libro «Hacia el amanecer» de Greenberg, existe un momento en que la familia entera parece estar representado una comedia de Berlanga, a medio camino entre la tristeza, el desconcierto y el surrealismo. Es de esta manera como los perfiles se desdibujan, hasta que la hija demenciada es la sensata y los presuntamente cuerdos pierden los papeles: «Recuerda que los mismos policías que traen a mi pequeña en pleno arrebato, acuden a casa cuando me da un ataque de violencia». Afortunadamente, Sally dio un aldabonazo a su psicosis y todo se reorganizó... «Aunque nada vuelve a ser igual: el miedo a una nueva crisis hace que la paz se quiebre para siempre». Eso, sin mencionar el rosario de psicofármacos que, a partir de ahora, deberá tomar para el resto de su vida para conseguir alcanzar la ansiada «eutimia», la regulación del ánimo.