Brasil
Crean soja con Omega-3 incorporado
Dicen que la naturaleza es sabia. Prueba de ello es que todo lo que nos ofrece para el consumo humano se le presupone un alto grado de fiabilidad y pureza. Sin embargo, los tiempos cambian y los avances científicos caminan a pasos agigantados hasta el punto de que es posible «fabricar» alimentos que contengan más nutrientes y sean más beneficios para la salud. Los alimentos transgénicos u organismos genéticamente modificacos (OGM) tienen, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), el objetivo de traducirse en productos con un menor precio y mayores beneficios, tanto en términos de durabilidad como de valor nutricional. A la hora de seleccionar un alimento u otro, Daniel Ramón, investigador y miembro del comité científico del Foro Interalimentario, recuerda que «hay que basarse en dos aspectos. Por un lado, que tenga interés desde el punto de vista agrícola y, por otro, que no sea reacio a la ingeniería genética». José Vicente Gil, profesor de Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Valencia e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), explica que lo que se pretende con los alimentos transgénicos es «aumentar las vitaminas del producto y su capacidad antioxidante». La biotecnología puede servir para desarrollar variedades de alimentos que contribuyan a una dieta más sana. Éste es el caso de las variedades de soja con menores niveles de grasas trans, que ya se comercializan el mercado norteamericano y las últimas variedades con omega-3 que se encuentran en su penúltima fase de investigación y se pretende que se puedan vender en España a mediados del próximo año. Las grasas trans, perjudiciales para la salud por su directa vinculación con el aumento del colesterol, no están presentes en los aceites vegetales, se forman durante el proceso de hidrogenización, un paso necesario para que el aceite adquiera estabilidad y se pueda emplear en la elaboración de productos alimenticios. Carlos Vicente, director de biotecnología de la empresa Monsanto, explica que «hemos desarrollado un aceite de soja líquido para freír que, al tener un contenido elevado en ácido oleico, posee un perfil sanitario similar al de oliva, aunque no pretende competir con él. Además, no se necesita hidrogenarse previamente. Por otra parte, las grasas sólidas como, por ejemplo, la mantequilla, son muy ricas en grasa saturada. Si se emplea nuestro aceite de soja, aunque tenga una alta cantidad en estearato, un tipo de grasa trans, los efectos negativos, como el aumento colesterol «malo» o LDL, se anulan». Actualmente, la única fuente de omega-3 es el pescado. Sin embargo, Gil afirma que «los peces no producen estos ácidos grasos, los acumulan a través de la ingesta de un alga. Por ello, hemos cogido el gen de esa alga y lo hemos transferido a la soja. De esta manera, se incorpora el omega-3 al alimento de forma natural, no depende de la pesca extractiva y no interfiere, por tanto, en el sabor de los productos». Vivir más años Desde un primer momento, la soja y el maíz han sido los alimentos estrella a la hora de modificarlos para obtener mayores beneficios. A éstos se han unido en los últimos años otros como el tomate, la fresa, el arroz e, incluso, la leche. En concreto, un grupo de científicos británicos del Centro de Investigaciones John Innes, en la ciudad inglesa de Norwich, han creado una variedad de tomates por medio de la incorporación de genes de la flor boca de dragón (Antirrhinum majus), que tiene un alto contenido de antociánico, un pigmento antioxidante con propiedades anticancerígenas capaz de otorgarle un intenso color morado. La investigación, que aparece publicada en la revista «Nature Biotechnology», halló que los ratones alimentados con estos tomates tienen una mayor probablidad de vivir más tiempo. La profesora y miembro del estudio, Cathie Martin, asegura que «muchas personas no ingieren las cinco raciones diarias recomendadas de frutas y verduras, aunque pueden recibir mayores beneficios si las porciones que consumen están desarrolladas con más componentes bioactivos». Los antociánicos, presentes en cantidades significativas en frambuesas y moras son capaces, según los investigadores, de reducir significativamente células tumorales como las del cáncer de cólon. Asimismo, también existen evidencias de que estos pigmentos tienen propiedades antiinflamatorias, ayudan a mejorar la visión y podrían, incluso, combatir la obesidad y la diabetes.Paliar carencias nutricionalesMás allá de aumentar el valor de un producto, existen casos en los que el uso de transgénicos puede conseguir paliar el déficit de ciertas vitaminas esenciales para la salud. Éste es el caso del arroz dorado, producido a través de ingeniería genética, biosintetizando los precursores de betacaroteno o provitamina A en las partes comestibles del grano de arroz. En todo el sudeste asiático, este cereal supone el principal sustento nutricional. Sin embargo, «y dado que el arroz blanco carece de vitamina A, es necesario producirlo, ya que se ha observado que toda la población presenta niveles muy bajos de esta vitamina, lo que puede traducirse en graves problemas para la salud como la ceguera», advierte Gil. En este sentido, Ramón añade que «se prevé su comercialización para 2011. Actualmente, estas investigaciones se están llevando a cabo en el Instituto Público para la Mejora del Arroz». Ahora cabe plantearse hasta qué punto modificar un alimento resulta inocuo o puede suponer un riesgo para la salud. Gil sostiene que hay que partir de la base de que en nutrición «el riesgo no es cero, pero hay que tener en cuenta que sería todavía inferior al no transgénico, ya que pasa por controles mucho más estrictos. Algo similar a lo que sucede con los fármacos». Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. En opinión del secretario de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, Javier Aranceta, estos productos «en el mundo occidental no tienen interés. Además, no se les añaden cualidades organolépticas interesantes. Nos encontramos ante un tema económico en el que, encima, se pierde la agricultura tradicional». Si comparásemos, por ejemplo, un tomate cultivado por nosotros mismos frente a uno transgénico, Aranceta advierte de que «el de nuestra huerta posee un sabor, un olor y una textura que no tiene nada que ver con el que está modificado». Aranceta insiste en no se deben pasar por alto «las alergias ocultas, es decir, si incorporas a la soja un gen de la nuez de Brasil para mejorar la resistencia de insecticidas, o a un tomate omega-3, si la persona que se lo toma es alérgica a los frutos secos o al marisco, puede tener consecuencias para su salud».
Multinaciones a la greñaLos primeros alimentos transgénicos fueron introducidos en el mercado a mediados de los años noventa del pasado siglo y desde entonces, hace casi veinte años, no se ha avanzado ni en un ápice de sensatez, ponderación y cordura, en un debate que carece de términos medios, porque, el transgénico, o se demoniza y pinta con tonos apocalípticos, o se plantea como la panacea y tabla de salvación humana. Hace algo más de una década que un investigador del CSIC, Daniel Ramón Vidal, apuntaba una explicación a tamaño encono, que el tiempo ha demostrado plausible, sobre la base de un enfrentamiento entre multinacionales: las productoras y las ecológicas. Cierto es que la ciencia no ha podido asegurar que los transgénicos sean plenamente seguros, pero cierto es también que cualquiera de estos productos pasa por unos controles y pruebas que ni de lejísimos se le exigen a los alimentos que desde los albores de la historia se producen por cruce sexual y posterior selección, de manera que a seguir esperando y, de momento, confianza.
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