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Nueva York

Desayunar con diamantes

La Razón
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Súperlópez, el héroe del cómic patrio, se quedaba dormido en la taquilla del metro y pedía un café con leche y un cruasán en vez del billete. Tenía gracia, el personaje de Jan, y mucho talento, porque es complicadísimo imaginar el universo de la Marvel en las Ramblas, que esa capacidad americana para fantasear es difícilmente importable. Uno puede creerse que Spiderman encarcela a los malos en Nueva York, pero si aquí lo metes, con sus apretadas mallas, en determinados barrios de determinadas ciudades, lo iban a tratar como a un auténtico insecto. En principio, parece más fácil trasladar comercios que viñetas. En la calle Ortega y Gasset, cuando se llamaba Lista, cada mañana abrían sus puertas los ultramarinos, las mercerías, una librera que se llamaba Miessner y alguna cafetería sin pretensiones. En esos mismos locales están hoy Hermés y Channel, y Armani, y ahora también Tiffany¿s para que la Milla de Oro empiece a ser de diamante. Todo eso, junto con las cuatro torres y la calle 30, deben ser cosas maravillosas, supongo. Pero el caso es que todavía no soy capaz de imaginarme a Audrey Hepburn por la calle Claudio Coello, mirando enamorada los escaparates. A esa zona le pega más un niño casi bien, que después de una noche intensa entra en la joyería porque el nombre le recuerda algo, se apoya en el mostrador medio dormido, y pide un café con leche y un cruasán. Le echarán a gorrazos, seguro, porque tenemos mucho lujo pero hemos perdido el sentido del humor.