Literatura
Detrás del espejo
Un día de 1874, el matemático y ex diácono Charles Dodgson pasea por el condado de Surrey, más nervioso de lo habitual, hiperestésico e insomne, como si arrastrara remordimientos por su conciencia pecaminosa. ¿Se enamoró de Alice Liddell –hija del decano de Christ Church–, aquella niña de diez años a la que fotografió doce veces? ¿Intentó tomarle instantáneas desnuda, como a otras de las pequeñas a las que contó los relatos, en los paseos en barca por el Támesis, que acabarían convirtiéndose en «Alicia en el país de las maravillas» (1865) y «A través del espejo» (1871)? Aquel año de 1874 tuvo que ser extraño para Lewis Carroll: los padres de Alice la obligan a destruir las cartas que ha recibido de su fotógrafo, que pronto va a «evadirse» de la realidad componiendo un poema sin sentido –en la tradición del «nonsense» inglés– titulado «La caza del Snack». Qué pensará el padre, Henry Liddell, de ese hombre que ha obtenido un éxito tan enorme con una obra donde aparece el nombre de su hija, y que presume de detestar a los niños varones y adorar la pureza y perfección de los niños hembras.La propia Alicia, el Conejo Blanco, el Gato de Cheshire, la Reina Roja, Humpty Dumpty... ya forman parte del imaginario colectivo. El viaje a través de la imaginación de Carroll era un trayecto al inconsciente, a la fantasía más atrevida. Era reflejarse en el espejo del inconsciente. Traspasar, al fin, la barrera del sueño y ser libres en lo absurdo.
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