Galicia

Diminutivos

La Razón
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Los impacientes poderes económicos que mandan mi vida me dicen que ya está bien de jugar la carta de corresponsal para pegarme unas vacaciones en Galicia y me veo obligado a despedirme de la región. Echaré particularmente de menos a un nuevo amigo que he hecho: un gallego de ida y vuelta que trabajó de sereno cerca del Congreso el 23-F. Este hombre estaba presente, en efecto, el día en que esa respetable institución fue escandalosamente asaltada pero habla de ello como de una ocasión fuertemente jocosa. Eso me hace pensar que desprecia a los diputados y a la democracia en general, pero él me corrige. Respeta a la democracia, dice, porque es el sistema menos malo que hemos encontrado para que unos hombres ejerzan su dominio sobre otros. Pero intenta hacerme comprender que la democracia es un sistema y nuestros congresistas lo que son es humanos. Y no se puede comparar, ni poner al mismo nivel, ni tratar con los mismos métodos de análisis a un sistema abstracto que a seres humanos concretos. Le comento que eso que dice es epistemología pura. Me replica que de nuevas tecnologías no entiende pero que actualmente nuestra política es un lugar dónde se encuentra lo mejor y lo peor: hay gente sacrificadísima de enorme talento y, a la vez, trepas repugnantes que sólo buscan montárselo. En la política española, como en su revuelto mar de Finisterre, sólo la hez y la crema flotan mientras que el esforzado resto se pierde por los fondos.Este hombre que, a sus casi ochenta años, afronta aún el mundo con vigor y combatividad, lo que verdaderamente desprecia es el uso zumbón de los diminutivos para designar a los gallegos. Le parece que eso se hace para empequeñecerlos, para disminuir su valía. Y cree que eso no es jugar limpio. Porque al final, dice, los gallegos terminan siempre mandando y todos los demás obedecen.