Asturias

Don Felipe presenta a la Princesa de Asturias como su «mujer»

Don Felipe presenta a la Princesa de Asturias como su «mujer»
Don Felipe presenta a la Princesa de Asturias como su «mujer»larazon

De sorpresa en sorpresa. Así estuvieron el pasado domingo los asistentes a la boda de Susana Blázquez Ramírez con Javier Pérez de Rada, hijo de los marqueses de Zabalegui. Enlace vespertino «comme il faut» en la céntrica Iglesia de las Calatravas y Don Felipe como testigo. Otras caras conocidas como Kubrat de Bulgaria con Carla Royo, ella repitiendo el Josep Font floreado en fucsia, con hombros turquesas, ya exhibido en la entrega de unos recientes premios. También concurrió Ricky Fuster con Mónica. El Príncipe de Asturias y él formaron panda con el contrayente en su etapa juvenil. Marcaron época y casi hicieron otra historia por encima de la oficial, como el hecho de que Doña Letizia no acompañase a su marido a la ceremonia aunque no era domingo y no tenía ningún compromiso oficial. Sí concurrió con traje rosado a la cena posterior donde se vivió lo mejor de la noche. Protocolo actualizadoMe lo cuenta Ramón Arangüena, buen amigo y ex compañero de la desposada en sus tiempos de colaboradora en Antena 3:-Ya me iba y alguien me dijo que el Príncipe quería conocerme. Lo saludé y quedé alucinado cuando me presentó a Doña Letizia como «mi mujer». -Hombre, te diría «aquí la Princesa», que es lo obligado y ritual. Protocolo obliga.-No, no, dijo textualmente «mi mujer». Luego se quedaron y bailaron hasta las tantas. Los herederos suelen hacerlo. No es algo tan nuevo como esa modificación en el ceremonial tradicional que los Reyes no descuidan. Más bien lo miman. Don Juan Carlos se refiere a «la Reina» cuando cita a Doña Sofía y habla de «las Infantas» al hacerlo de Doña Elena y Doña Cristina. La hija pequeña del Rey ya tiene las maletas hechas para desplazarse a Georgetown. «La familia está desgranada», me comenta alguien muy próximo a las reales personas en plena dispersión tras la «ruptura temporal de la convivencia» –ya a punto de eternizarse, deberían buscar una salida airosa– entre la primogénita y un Marichalar arrinconado socialmente y con escasas apariciones, como no sea obligado por sus consejos de administración.Cambio de tercio. Me cuentan que Tony Hernández, el cuarto y tramposo esposo de Sara Montiel –otra que no queda atrás en los montajes trincadores, una pena con lo que ella representó en nuestro cine– anda atribulado por un robo perpetrado en su casa cubana. Allí acrecienta nostalgias con un «ay» que tiene mucho de habanera. No le falta ni el paipay para darse aire ante agobio y soponcio: unos ladrones, supuestos mitómanos, saquearon su domicilio llevándose joyas, recuerdos y también algo de su herencia: una pulsera y un collar regalos de la estrella a su suegra, obsequios conservados con naftalina museística, además de muchas fotos de los tiempos en que Saritísima era lo más exportable de nuestra producción fílmica. De ahí que los asaltantes tengan una visión veneradora de su mito ya deformado por la realidad. Así suelen acabar: transformados en caricatura o autoparodia. Sara integra así un firmamento lleno de juguetes rotos por el olvido, los años o la manía persecutoria.