Asia

Catolicismo

El drama y la esperanza

La Razón
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Para algunos, hoy, la afirmación de Dios hecha y vivida en las religiones, sobre todo monoteístas, genera irremediablemente intransigencia, intolerancia, dogmatismo excluyente, violencia, sin razón, y delata, en el fondo, inmadurez. Habría que proceder, pues, en lógica con esta manera de ver, a que desapareciese Dios del horizonte del hombre, ya maduro y adulto a estas alturas de la historia, y a que se alcanzase así un nuevo estadio de desarrollo de adultez de la humanidad basado en la razón científica y tecnológica. Éste es el gran drama de la humanidad de hoy que se cree adulta prescindiendo de Dios.Los cristianos, con toda humildad y sencillez, tenemos la certeza de que la afirmación de Dios conduce a la afirmación del hombre y al ensanchamiento y desarrollo de la razón, es raíz y fundamento de la dignidad e inviolabilidad de todo ser humano. Traigo a este respecto unas inolvidables y muy iluminadoras palabras de Juan Pablo II, días inmediatamente después del 11 de septiembre, pronunciadas, en el corazón de Asia, en Kazajstan, ante jóvenes universitarios, musulmanes, ortodoxos y ateos: «Mi respuesta, queridos jóvenes, sin dejar de ser sencilla, tiene un alcance enorme: mira, tú eres un pensamiento de Dios, tú eres un latido del corazón de Dios. Estáis aquí sentados, uno al lado de otro, y os sentís amigos no por haber olvidado el mal que ha habido en vuestra historia, sino porque, justamente, os interesa más el bien que juntos podréis construir. Y es que toda reconciliación auténtica desemboca forzosamente en un compromiso común. Que no os toque ahora a vosotros caer presa de la violencia, de la nada. El Papa de Roma ha venido a deciros precisamente esto: hay un Dios que os pensó y os dio la vida. Que os ama personalmente y os encomienda el mundo».Esto es lo que la Iglesia, nacida para servir y ser enviada en favor de todos los hombres, ofrece a quien quiera escucharla. Desde aquí no puede, ni debería, caber la intransigencia ni la autosuficiencia que conduce a la exclusión y al desprecio de los demás, sino sólo y únicamente el inclinarse ante todo hombre y elevarlo a su dignidad más alta, encontrarse con todos desde el amor fraterno y amigo. Ésta es la gozosa esperanza de la Iglesia con la que mira el destino de la Humanidad. Nada hay genuinamente humano que no le afecte. La fe en Cristo rechaza la intolerancia y obliga a un diálogo respetuoso, a no excluir a nadie, a ser de verdad universalistas, a trabajar por la paz, basada en la justicia, en el real reconocimiento de la dignidad inviolable de todo ser humano y en el respeto a todos sus derechos fundamentales, incluida la libertad religiosa. Añado, además, que para el cristiano no hay justicia sin perdón, que una verdadera paz sólo es posible por el perdón, y que tiene la obligación de excluir la venganza.Ésta es la máxima razón, éste es el verdadero progreso digno del hombre; ésta es la puerta abierta hacia un gran futuro, que es al que encamina la gran esperanza que late en todo corazón humano, el cual no se contenta con menos que Dios. Cuando uno se acerca de verdad a Dios y lo acoge, uno se aproxima al Misterio y se acoge al Amor que permanece y no pasa nunca; se aproxima así a la grandeza del hombre, de todo hombre, al tiempo que al respeto sagrado e inviolable a todos, queridos por Dios, y se abre a la gran esperanza, que ya pregusta y anticipa.