Literatura

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El escritor Umbral contra el hombre que lo inventó

La Razón
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a obra de Francisco Umbral siempre ha jugado con los límites del testimonio, probablemente a causa de la intromisión exagerada de la primera persona. Ello ha servido con toda seguridad para crear un «personaje real» escandaloso y descarado que el autor ha sabido aprovechar más allá del sujeto puramente literario. En este libro que comentamos, marcado por una sensación creciente de arribo de la muerte, cuestiona en algún momento su propio personaje: «Más que culpable de amores y amoríos (…) soy culpable, a estas alturas, de leyenda y sospecha», aunque, como veremos, no se resiste a dejarlo entrar en el texto.

Borges jugaba, en un texto de «El Hacedor», con la diferencia entre el autor conocido como Borges y la persona existente (aunque quepa la duda de esa persona existente fuera de verdad real o, ya de por sí, otra construcción) y terminaba diciendo: «No sé cuál de los dos ha escrito esta página». De modo similar se organizan los libros que pudiéramos llamar confesionales de Umbral, como este titulado «Carta a mi Mujer», publicado lamentablemente póstumo.

Digo lamentablemente póstumo, no sólo porque al cronista le duela la muerte de un excelente escritor y un amigo entrañable, sino porque nunca sabremos si Umbral hubiese publicado el libro en su estado presente o hubiera suprimido o aligerado ciertos pasajes pertenecientes más al personaje escandaloso que al sujeto sentimental que se manifiesta en algunos de sus escritos entendibles como confesionales, a la manera de dos libros anteriores, el del hijo, «Mortal y Rosa», y el de la madre, «El Hijo de Greta Garbo», con los que podría formar trilogía. Da la impresión de que el autor temiese aparecer demasiado tierno, sentimental o poético, y pega unos hachazos de crudeza, cinismo o, incluso, mal gusto, como si se entrometiera ese personaje desabrido y próximo al lumpen de los extrarradios madrileños que tanto le gustaba construir.

En la página 20 leemos: «Llevo treinta años vendiéndole palabras a la gente (…) y luego trabajo en libros como éste, un poco líricos porque no tengo otro lenguaje, no porque me guste, y bastante confesionales, espero, porque sé que escribir es siempre volverse del revés». Puede la frase tomarse como testimonio de una construcción literaria, porque lo confesional no es necesariamente un desvelamiento, sino un género coartada que permite decir pero no decir, mostrar en la disimulación. Así, poco más adelante (pág. 23), confirma nuestra hipótesis: «Uno, a cierta edad, sólo busca formas de desaparecer: el agua, la escritura, el sueño». La escritura confesional no es, pues, un modo de mostrarse, sino, por el contrario, de desaparecer. Máxima concesión que puede hacer el cronista: desaparecer en la confusión de confesiones e invenciones.

 

Vulgaridad cotidiana

Esa escritura juanramoniana (Umbral no sufre gran influencia de novelistas, salvo de las páginas líricas de Camilo José Cela y de Alonso Zamora Vicente, sino de poetas y, el primero, Juan Ramón Jiménez) se desvela de nuevo como si fuese una interpretación del poema famoso «La transparencia, dios, la transparencia», de «Animal de Fondo»: «Y yo te invento a ti, yo te he inventado, tú existes porque yo escribo de ti. Pero yo no tendría un presente en que escribir si tú no me lo creas, cada día». Todo resulta ser literatura porque Umbral sabía que el escritor no importa ya, nunca, más que por ser texto y construcción. Por eso creo un error la intromisión del personaje brutal y cínico que resucita de vez en cuando, como si quisiera romper el lirismo sentimental y alejar el tono intimista, error que, tal vez, en una última lectura, incluso sobre pruebas, hubiera podido solventar el autor. Encontramos en el libro esos espléndido logros lingüísticos que conseguía Umbral, incorporando un léxico reciente con nuevos valores, como «biodegradables semejanza», o esas geniales interpretaciones históricas: «El amor, María, ya sabes, es una creación cultural. Provenza y todo eso»; «El amor es un rechazo de la repetición y una fundación de la diferencia en el reino de la igualdad»; «El amor no es el amor, sino el esfuerzo que hacemos por diferenciar nuestro amor del indiferenciado amor. (…) Quizá el amor no existe (…) pero existe el esfuerzo porque exista. Y a ese esfuerzo es a lo que llamamos amor». Encontramos ecos de sus lecturas poéticas, mojones culturales dejados como en un desgaire, para marcar de un brochazo la cultura que hay detrás del aparente desaliño y del escepticismo.

«Carta a mi Mujer» es un libro emocionante de un autor capaz de construir de la vulgaridad cotidiana un mundo que conmueva. Está también el fragmentarismo en que cayó en los últimos años, tal vez forzado por el ritmo adquirido del artículo de prensa. Pero es el libro de un escritor, con páginas de una sabiduría vital y literaria dignas de reverencia, como la segunda carta de las dos, la más breve, que componen este libro.