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«El martirio inimaginable» de vivir en el sótano del infierno durante 24 años
Madrid- Tres años en una casa aún por terminar -el carcelero no había dejado aún su huella de obrero especializado-, sin agua caliente, ducha y calefacción. El aire se condensaba, la humedad se convertía en tortura pestilente, la luz natural era ya un recuerdo lejano. Así fueron los primeros años de vida en la «dulce» prisión que le construyó su padre a Elisabeth, su hija. Pronto llegarían nuevos inquilinos: los nietos, o hijos, difícil de entender. La fiscal ha calificado aquello como un «martirio inimaginable». Todo empezó en 1983, cuando el honrado padre de familia termina una obra en el sótano de su casa, preparado ahora para convertirse en zulo (obviamos el triste relato de su infancia que hizo Fritzl ante el tribunal, que nos llevaría a colocar el inicio de la historia en el útero de su madre). No crean que el austriaco era hombre de incumplir con la ley, presentó años antes sus planos al Ayuntamiento para hacer un zulo antinuclear y obtuvo los correspondientes permisos de obra. Eso sí, no dijo nada de las habitaciones que tenía previsto construir. La reforma, que en alguna ocasión fue inspeccionada, incluía la obra solicitada y ocultaba la cámara de los horrores. En total, más de 60 metros cuadrados, una altura de 170 centímetros, ninguna ventana y un simple ventilador. Los propios investigadores tuvieron que tomar pausas cuando entraron en el zulo para respirar, se ahogaban. El aumento de la familia, tras las constantes violaciones de Fritzl a Elisabeth, le obligaron a acometer algunas reformas. Compartimentó el sótano, colocó cuatro camas y un baño pegado a la cocina, con termo incluido. Llegó el agua caliente. La puerta, por fuera, estaba tapada con unas inservibles estanterías. Nadie sospechó de lo que pasaba al otro lado. En total, cinco pequeños habitáculos. Una, la principal, estaba acolchada. Se cree que ahí violaba a su hija. Los tres niños que tuvieron que vivir en el zulo veían con frecuencia a su abuelo-padre abusar de su madre. Del resto de la cárcel, destaca que el «bueno» de Fritzl dejó que la familia tuviera algunos lujos, como una radio, una televisión y una nevera. La mayor parte de la comida eran latas de conserva, así podía el electricista dejar a los suyos mientras realizaba sus frecuentes viajes a Tailandia, sin preocuparse de que se murieran de hambre. En las paredes del baño-cocina-comedor, los investigadores encontraron un dibujo que hizo la madre de una ventana, la única que hubo en 24 años.
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