Literatura

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El misterio de Pascal Quignard

La Razón
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Pascal Quignard (1948)es del tipo de escritores que no tienen que demostrar que lo son. Es un autor cuya erudicción puede agotar, que bucea en aguas profundas. Tiene más de treinta libros escritos, algunas novelas cuando empieza a trabajar como lector en la editorial Gallimard con el apoyo de Luis René des Forets, uno de los autores que más ha influído en la generación de Quignard, Richard Millet y Pierre Michon. Después, viene el abandono de la forma clásica de la ficción y es ahí cuando Pascal Quignard crea su pequeña revolución individual, esa guerra secreta e interna que dura hasta ahora.

Empieza entonces la redacción de los pequeños tratados sobre música, pintura, el silencio, la muerte o el cuerpo como una ambición casi enfermiza por abarcarlo todo y ver si de ahí surge una respuesta. Después de Montaigne no hay razón para creer que el género existe, pero como un buen postromántico, Quignard no abandona la forma clásica, el aforismo, la frase simétrica, la jugada de dados.

«Escribir es completamente político» (capítulo XXXVII), anota Quignard en «Sombras errantes», el tercer volumen de la trilogía que, junto a este último, compone «Sobre el pasado» y «Abismos», como una resistencia a la autoridad que de alguna manera desapareció con la muerte de su padre. Movimiento errante que no se detiene y que parece la búsqueda de un origen, de un estado primitivo en el que la frase, en su forma más limpia y más pura, brille como un hallazgo, un pliegue en el tiempo, entre pasado y presente. De ahí que tal vez Quignard renuncie a la continuidad del relato y lo sabotee a través de la digresión erudita y el fragmento: «No soñemos más que con la energía, el detalle sin razón, o el juego», dice Quignard a los que le reprochan un exceso de información, un hemertismo elitista.

«Sombras errantes» tienen su precedente en «Todas las mañanas del mundo», «El salón de Wutemberg» y «Escaleras de Chambord», con un solo intento por regresar a la forma canónica de la ficción como desarrolló en «Villa Amalia» (2006). Lo propio de Quignard es esa capacidad de síntesis entre lo real y lo adquirido, entre la sensualidad del cuerpo y la conciencia, siempre limitada. Hay que leer los primeros libros de Quignard, «Las tablillas de Apromenia Avitia», para entender esa sensualidad del idioma que no se pierde en castellano.

No olvidemos una cosa, finalmente: Quignard es un escritor con una herencia occidental enorme que legitima desde un registro clásico, casi como un creyente. Recuerdo ese encuentro en el café del Canal Saint Martin donde yo comía con una amiga. Quignard con el cabello completamente blanco, la mirada azul y brillante, lavada por el sol de otoño. Me extendió la mano y apretó suavemente la mía mientras me miraba directamente a los ojos buscando algo más que una simple mirada. Es esa vocación de aventurero, de descubridor. Y de inventor, lo que hace que Quignard no pasará sin haber dejado una huella.