Fotografía
El Mozart negro
A Rulfo le gustaba ironizar. Decía que había dejado de escribir porque se había muerto el tío Celerino, que era quien le contaba las historias. Una nutrida nómina de escritores –Rimbaud o Salinger, entre ellos– engrosaron las listas de «bartlebys» que prefirieron no seguir haciendo aquello con lo que habían alcanzado la cima artística. Acaso esa pulsión negativa o atracción por la nada fuera lo que condujo al rey del pop a frenar en seco, hace una década, «su voz de cristal negro» –Pedro González Mira, de la revista «Ritmo», dixit–. Pasó por la Motwun, le acogió en sus pechos Quincy Jones e hizo malabares por reinventarse innumerables veces... ¡Demasiado para el amante de Campanilla! Se hablará de sus pantalones pitillo, de sus casacas Balmain, de las gafas de «Elegidos para la gloria» o de su mitón blanco que arrobara a Lagerfeld: maniobras de distracción para no admitir que Jacko fue el «Mozart negro» que hizo su «Réquiem» a fuerza de zombies y «pasos lunares». Fue explotado desde niño, «iconizado» de adulto y sobreexpuesto en la madurez, ¿qué psique aguanta semejante brunete mediática? Artista multidisciplinar, maestro del performance... Deseo que tu «oído absoluto» –con voz que abarcaba cuatro octavas– esté en el cielo de Chuck Berry o Elvis... Y que entables eternas luchas con el Capitán Garfio junto a tu batallón de niños perdidos.
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