Historia
El puente y la crisis
Casi seis millones de automóviles han salido a las carreteras en el puente de san José. También se han registrado aglomeraciones en los aeropuertos y refuerzos en los ferrocarriles. A ver si lo de la crisis es mentira, que ojalá lo fuese para que el drama de los millones de parados tan sólo hubiese sido una pesadilla, y no un dolor agudo, persistente y desolador. Un país que salió a la calle en pie de guerra porque se habían prohibido las capas largas, en las que se podía camuflar la espada, o donde las gentes más humildes vendían el colchón para pagar la entrada de la tarde de toros en que actuaba «Manolete», es algo que a un sociólogo ortodoxo le causa perplejidad. De ahí la amplia nómina de hispanistas y de viajeros extranjeros, vendedores de Biblias o coleccionistas de tópicos, que han pasado por aquí, bloc en mano, para estudiarnos como si fuésemos una especia singular en el zoo global. En el franquismo se divulgó el eslogan malvado de que «España es diferente», seguido de aquel otro no menos perverso de que «Un libro ayuda a triunfar». A la dictadura le venía muy bien fomentar una conciencia social de exotismo y singularidad que frenase cualquier aspiración democrática, cultivando una autocomplacencia de fronteras mentales cerradas, y añadiendo lo de ser el pueblo elegido por Dios para salvar el mundo. Y en cuanto al fomento de la lectura, el «Índice de libros prohibidos» formaba parte de la legislación vigente, ni siquiera se editaba «La Regenta» de Leopoldo Alas, y a Mariano José de Larra, de cuyo nacimiento se cumplen mañana doscientos años, se le despachaba con la etiqueta de «escritor costumbrista». De ese modo, creían desactivar las denuncias periodísticas de «Fígaro» contra la envidia, la pereza, la estupidez y otras miserias nacionales: aquel clamor era engullido por el tipismo español, como el tablao flamenco, las suecas en bikini o el sindicato vertical. De regreso del puente de san José, y mientras se hacen planes para las vacaciones de Semana Santa, todo indica que nadie se toma en serio las voces apocalípticas de los expertos en crisis, recesiones, corrupciones y otros agujeros negros. Mejor, como cuando el racionamiento, cantar eso de que «Como en España ni hablá, y eso lo digo en China y en Madagascá».
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