Crítica de libros
«El talismán»
Lo recuerdo como un volumen pequeño con un sugestivo dibujo multicolor en la portada que me llamó la atención porque su título era incomprensible para mí. Sé que ahora no es corriente que los niños miren el diccionario para saber qué significa una palabra que ignoran y que incluso haya editoriales especializadas en literatura infantil y juvenil que colocan al margen del texto el significado de los términos más triviales. No extraña lo que se ha empobrecido nuestro lenguaje y que semejante lacra aparezca de manera bochornosa en no pocos de los que se dedican a escribir para jóvenes, pero no nos desviemos. Comencé la lectura de «El talismán» porque no sabía qué podía ser aquello y no estaba dispuesto a dejarme vencer por las palabras. Pocas decisiones me resultaron tan gratas. La novela de Walter Scott me trasladó a una época en que los caballeros se jugaban la vida por una mujer, corrían a la muerte en defensa de su fe o estaban dispuestos a batirse por su bandera. Esa caballerosidad no quedaba limitada a Ricardo Corazón de León, sino que era extensible a Saladino, el infiel que había reconquistado Jerusalén tras la victoria de los cuernos de Hattin. Hay que reconocer que entre el intrépido kurdo y Ben Laden media un abismo, pero no es ahora momento de realizar análisis políticos sobre el islam. Habría que pensar que una juventud que se iba formando en torno a valores como la lealtad, la intrepidez o el respeto hacia las mujeres necesariamente tenía que ser mejor que otra a la que se enseña desde las cimas del poder que ocultar a los padres un aborto es una señal de progreso o que antes de las trece semanas de embarazo a saber qué es lo que lleva una mujer en su seno porque, desde luego, no se trata de un ser humano. Tal y como está el patio, dan ganas de volver a sumergirse en los libros de Walter Scott.
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