Barcelona

El violador vuelve al lugar del crimen

EL PSICÓLOGO LE define como «un psicópata grave de curación imposible y reclusión obligatoria en un centro seguro»

La Razón
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Francisco Expósito, alias «el cortabragas», ha vuelto a Barbastro (Huesca) 19 años después de haber asesinado a una monja paulina, un crimen por lo que se le sentenció a 37 años de prisión de los que sólo ha cumplido una pequeña parte. Su regreso ha provocado la inquietud y preocupación en la población de su ciudad, donde ya se le conocía como reincidente desde los tiempos en los que rompía la ropa interior de las mujeres puesta a secar -de ahí su apodo-, cometió un asalto sexual y después desenterró un cadáver con el que se le suponen tuvo actos de necrofilia. El caso del delincuente criminal que sale con serias dudas de estar rehabilitado no es único. Precisamente estos días se juzga a Martínez Singul, conocido como el «segundo violador del Ensanche», por supuestos abusos sexuales a una mujer en el transporte público de Barcelona. Salió en libertad hace más de un año, cometió un delito contra una menor que ha pagado en Francia y está de nuevo en Cataluña para responder de otro presunto delito. Además a Singul, en estos días, se le permite de forma sorprendente deambular por la ciudad enmascarado, con una capucha, como disfrazado de etarra. Es una debilidad de las autoridades. Sin seguimiento policial En el caso de «el cortabragas» no está sometido a ningún seguimiento desde que salió en libertad el pasado 7 de abril. Estaba en El Dueso, Cantabria, donde cumplió condena de 18 años por matar a la monja del colegio de San Vicente de Paúl. Una vez que a un preso se le da por cumplida una pena, Instituciones Penitenciarias no puede controlarlo, aunque en Barbastro los familiares que lo alojan, su hermana y su cuñado, le hacen seguir un tratamiento médico, cosa que les honra, y pasan la mayor parte del día pendientes de su cuidado. No obstante, las impresiones que se tienen sobre la evolución de Expósito no son claras. El psiquiatra Miguel Ángel de Uña, que pudo estudiarlo en marzo de 1989 en el Hospital Provincial de Huesca tras ser detenido por profanar la sepultura de una joven, dice que estuvo sólo tres meses ingresado pendiente de otro juicio por agresión, «y aunque mi deseo era que siguiera ingresado porque veíamos cierta potencialidad peligrosa, se pasó el tiempo máximo de prisión provisional por necrofilia y hubo que darle el alta. Poco después, mató a la monja». Mientras estuvo atendido, su comportamiento fue estable pese a su trastorno mental. Durante el juicio por la muerte de Sor María Oroz, de 69 años, el psiquiatra afirmó que el problema mental no le eximía de responsabilidad. Es el mismo médico que ha advertido que no considera adecuado el regreso del ex convicto a Barbastro, no sólo por la preocupación de los vecinos, sino por él mismo, que podría reaccionar mal ante la presión o el rechazo. Expósito mostró temprano su propensión a allanar espacios privados. Ya en 1969 fue condenado a un año por entrar en una casa sin permiso. Era entonces un albañil en paro al que se le reseñó como natural de Izbor (Granada). Al parecer, su fechoría preferida era seguir a jóvenes, y cuando conseguía ropa interior, rasgarla o cortarla. En 1979 hirió en el vientre y violó a una muchacha de una localidad cercana a Barbastro. La chica se salvó de milagro. Según ella, escapó al fingirse muerta. Por estos delitos fue condenado a seis años de prisión. Nadie le pone freno Diez años más tarde, supuestamente ataca a una persona a la que roba y pocos después desentierra un cadáver del que abusa. Nadie le pone freno y culmina su vida de agresiones en el colegio-convento, llenando de terror a las monjas. La escaramuza se disuelve con una hermana muerta y otra herida de gravedad. El perito psicólogo afirma que «es un psicópata grave, de curación prácticamente imposible y de obligatoria reclusión en un centro seguro». Ya lo era antes de matar, pero nadie lo tuvo en cuenta. Ahora, tampoco. En el juicio por abusar de la muerta, otro perito le definió como que «presenta una deficiencia al límite de la normalidad que, sin embargo, le permite distinguir entre lo que está bien y lo que está mal». En junio de 1990, la Audiencia de Huesca le condenó a 37 años y él dijo que no sabía lo que le pasaba por la cabeza: «Lo que sé, lo he visto en televisión o los periódicos». Luego, añadió: «Si quieren condenarme a muerte, bien, pero que me dejen en paz». Dado que el psicólogo dice que sí distingue, podemos pensar que sabe que la condena de muerte no existe.