Lorca
Emery el orgullo de la clase obrera
Historias pequeñas
Unay Emery es uno de esos héroes locales de los que no esperas que salga victorioso de todas las batallas, pero que te gana algunas
El otro día estuve recordando con un amigo aquella tarde en la que Francisco Javier Mármol, el gran Catali, se asomó al balcón del Ayuntamiento de Albacete y gritó: «¡'Uropa', prepárate!» Era una tarde calurosa, de ésas en las que el sol se reparte el mérito con la emoción. Vino el Salamanca a poner al Albacete en Primera, y esa ciudad chiquita y llana se echó a la calle para estirar la noche y hacerla soñar. Me acordé con ese amigo de aquel «Queso mecánico» y me dio por sonreír mucho, y por pensar en lo bonito que es el fútbol. En lo bonito que es y en las maravillosas posibilidades que ha dado a ciudades chiquitas y llanas, en la ilusión que nos hacía pensar que la galaxia blanca, los astros culés y varias aficiones con solera habían pisado nuestras aceras. Y recordé también que fuimos muchos los que pedimos una calle con el nombre de Benito Floro y que, mecachen, nos quedamos con las ganas. Seguramente Almería necesite menos promoción que Albacete, y seguramente Floro y Emery tengan poco que ver. O no, o sí, vaya Vd a saber. Pues seguramente sí. Unai Emery es uno de esos héroes locales de los que no esperas que salga victorioso de todas las batallas, pero que te gana algunas. Y algunas las gana a base de ganas. Y otras, con la cabeza. El guipuzcoano ya demostró en el Lorca que esa manita suya tan buena para con los equipos modestos no es una casualidad y que hay algo más que pundonor en su estrategia. Emery pertenece a esa nueva hornada de entrenadores estudiosos y ofensivos que tan buenos momentos está proporcionando al fútbol de provincias. Ese fútbol tan encantador que aún se viste de domingo y santifica las fiestas. Que le dure, oiga.
María José Navarro
Harto de «floros»
A mí me parece uno de esos millones de tipos que hacen de haber humillado una tarde al Real Madrid la razón de sus vidas
En estos tiempos de relativismo en el poder y de falta de respeto generalizado, no quedan ya «peritas en dulce», que dicen los míster del fútbol, lo cual es celebrado por muchos con esa cháchara de que ésa es la grandeza del fútbol, pero a mí me parece una falta de tacto escandalosa y un igualitarismo por abajo auténticamente infecto. Antes, el Real Madrid viajaba en autobús, pero en autobús a palo seco de cuando los autobuses eran todos escolares, y ganaba sin bajarse del autobús en todos esos parajes en que hoy sí debe bajarse y además pierde.
Ahora, por contra, como ya nadie sabe estar en el sitio que le corresponde, hay unos tipos de los que nadie ha oído hablar que entrenan a equipos de barriada (con todo el respeto que nos merece el Almería) y que simulan ser mejor de lo que son el día en que el Real Madrid les visita, para alimentar la ferocidad a una afición que, tras tantos años de socialismo bajo el PSOE y bajo el PP, ha aprendido a odiar a los mejores. Ya sé que la corrección política ambiente aconseja decir que Unai Emery, el entrenador del Almería, es otro de esos «floros» emergentes de futbolidades en vías de desarrollo, que si simboliza el encanto del menesteroso frente al poderoso y bla, bla, bla, pero a mí sólo me parece uno de esos millones de tipos (porque me imagino que ya hay millones de esos tipos en España) que hacen de haber humillado una tarde al Real Madrid la razón de sus vidas.
Se empieza humillando al Madrid una tarde de provincias y se termina poniendo al más tonto y al más malvado de presidente del Gobierno. Y en esa clase de país andamos.
J. A. MARTÍNEZ ABARCA
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