Historia

Crítica de libros

Escalofríos de seda (II)

La Razón
La RazónLa Razón

Fue cuestión de décimas de segundo. Angela White estaba decidida a romper con aquel tipo y darle un giro a su vida. Entonces, el maldito semáforo se puso en verde y cruzó la calzada de la mano de Nicky Strasera. La suya fue una decisión instintiva y al mismo tiempo el resultado de haber convertido en una actitud vital la idea que su madre le había inculcado sobre la esperanza y el éxito: «No hay un solo sueño que te lleve más lejos de lo que pueda llevarte un taxi. Si no sales de aquí sólo dejarás las huellas de tus pisadas en el interior de tu cabeza. Si es eso lo que quieres, siéntate en los pies y no te muevas del sitio, pero si de verdad deseas vivir, si es eso lo que quieres, entonces piensa que el mundo empieza siempre al otro lado de la calle en la que sueñas». A partir de aquel día, en la vida de Angela los semáforos fueron siempre más decisivos que la sensatez y jamás dio un solo paso que no la pusiese en camino hacia un sitio distinto. Hasta que unos pocos días antes del tiroteo creyó descubrir que lo que le unía a Nicky no era el amor, sino el dinero, y que aunque su chico le jurase cada día estar a su lado hasta la muerte, probablemente tenía razón algo que acababa de leer en la columna de Chester Newman en el «Clarion»: «Tarde o temprano uno acaba por descubrir que la sinceridad en el paroxismo del sexo sólo es la parte más interesada y más falsa de la respiración de un hombre». Si aquel semáforo hubiese sido más lento antes de cambiar a verde, Angela habría reflexionado sobre la facilidad con la que las novedades más rutilantes acaban desembocando en la rutina más odiosa y recordaría haber escuchado en alguna parte que si no se remedia con imaginación, incluso la riqueza conduce sin remedio al encasillamiento, igual que el abuso de los pasteles acarrea diabetes y el exceso de emociones puede acabar en epilepsia. Pero el semáforo se puso en verde y Angela White ni siquiera pudo recordar lo que le había dicho el detective Fuller en el Savoy: «Eso que tantas veces parece amor se esfuma tan pronto que tienes la sensación de que tu amante acaba de acariciarte con la mano de mear»...