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Esplá: «Ese triunfo fue dar un paseo por el cielo»

Horas después del apoteósico adiós en Las Ventas habla con LA RAZÓN

El diestro Luis Francisco Esplá sigue dedicando su vida a la cultura
El diestro Luis Francisco Esplá sigue dedicando su vida a la culturalarazon

En el hotel Wellington de Madrid, en el mismo lugar donde colmó sus miedos horas antes de torear, nos recibe el día después de la gloria. Irradia felicidad, y no es para menos. Se despidió de Madrid después de 33 años con un triunfo apoteósico. Dos orejas, puerta grande, la afición a sus pies y la recompensa a todo lo que ha sido. Lo zarandearon a manos de la pasión en la puerta grande hasta dañarle y el día después es un rosario de enhorabuenas. La paliza física no resta ni un resquicio de felicidad rotunda y serena, detrás queda el poso de los años. Le acompaña su mujer. La misma que se puso a dar gritos cuando le dieron la noticia. Tanto fue así que dos habitaciones más lejos de la 801 escucharon la explosión. «Vino el hombre de otra habitación para preguntarme si me estaban haciendo algo...». Después, un festival de gente pasando por el hotel y un triunfo que dio paso al lenguaje de las emociones. «Parecía aquello un velatorio, todo el mundo llorando», dice Esplá, el maestro.

–¿Cómo fue la tarde?
–La corrida empieza en la habitación, con el viento azotando las ventanas y tú vistiéndote de torero. Pero era mi última tarde en Madrid y tenía que salir contra viento y marea.
–Madrid le recibió con una ovación.
–Las palmas hablan, tienen su cadencia.
–¿Y qué decían esas palmas?
–Hablaban de agradecimiento, de cariño, de respeto y de incertidumbre. ¿Qué iba a pasar después de esa ovación?
–¿Se emocionó?
–Mucho, y eso que a mí me cuesta, pero corté un poco la historia porque pensé que no podía llorar en ese momento. Imagínate que me ven blandear y luego pego un sainete; no tenía sentido.
–Salió el primer toro del adiós.
–Lo quise dejar crudo pero el viento hizo imposible todo, porque lo toreé en unos terrenos que no eran los propicios.
–En el cuarto cambió toda la historia.
–Me di cuenta de las calidades del toro y pensé que había que explotarlo, por suerte acerté en la fórmula.
–¿Hizo la faena soñada?
–Se aproximó mucho al ideal. Y la respuesta del público hizo crecer la historia, es como una levadura emocional que acaba reventando todo.
–Madrid roto, entregado, su último toro...
–Y cogí la espada y pensé: o la acabo de armar o lo estropeo.
–Y lo mató recibiendo.
–Podía haber perdido mucho, porque matar así es más complicado, pero mereció la pena.
–¿Hubiera soñado esta despedida?
–Si hubiera hecho un boceto, me hubiera conformado con la mitad.
–¿Ha sido su faena más rotunda en Madrid?
–La más rotunda y la más completa. Lo único es que hubiera sacado más de poder torearlo en el centro, en el medio de ese círculo mágico.
–Un gran toro para un gran día.
–Me encantó el toro. A veces se ha dicho de mí que sabía jugar con el público... Yo he sido un provocador nato, pero también he tenido mucho sentido de la justicia. Cuando un toro ha sido bueno, el primero que ha pedido la vuelta al ruedo he sido yo.
–¿Cómo fue esa salida a hombros?
–Fue un vía crucis. Me torturaron, me iban doblando los tobillos y tirándome hacia atrás. No me podía incorporar, el traje ha quedado deshecho. Además sabía que todo eso estaba saliendo a través de los medios y no quería reflejar esa cara.
–Fue multitudinaria y apoteósica la puerta grande.
 –He vivido varias tardes gloriosas en Madrid, una de ellas la del 82 (en la corrida del siglo) y de verdad que nunca he sentido tanto fervor en el público.
–¿Qué va a hacer con el vestido?
–Se lo ha llevado deshecho el sastre, no sé si lo podrá restaurar. A la chaquetilla le falta la mitad. Pero estas cosas están muy bien.
–¿Cómo fue la celebración?
–Parecía, más que una fiesta, un velatorio. Nos manejamos con el lenguaje de la emoción, del sentimiento, un lenguaje mudo. Me acongojé en muchos momentos, porque llegaba un amigo de los que no han llorado en su vida, y te abraza y te estruja y se pone a llorar desconsoladamente. Yo intentaba aguantar, pero detrás de él venía otro igual, y así hasta las dos de la mañana.
–Le paseó a hombros su hijo.
–Fue muy bonito, porque era un homenaje de Alejandro no sólo al padre sino al profesional, a los sacrificios de toda una vida, que él tan bien conoce. Estaban mi hijo, mis hijas, Fernando Robleño, el bailarín Canales... Muchísima emoción. No fue una salida a hombros, fue un paseo por el cielo.
–Con triunfos así, ¿no le dan ganas de quedarse más tiempo en la profesión?
–No, me voy en el momento bonito. Si esperas a que te echen es terrible. He depositado en esta temporada muchas ilusiones y ahora están dando sus frutos.
–¿Le da moral para acabar la temporada del adiós?
–Sí, es un golpe de moral y certifica que estoy en buen momento, que no he venido aquí para pasearme.
–Y con un toro distinto al que está habituado.
–Se demuestra que con este tipo de corridas se puede hacer el toreo. He venido a Madrid toda mi vida como el guerrero del antifaz, una lucha, así cambian mucho las cosas.
–Menos mal que le convencieron para volver a Las Ventas y despedirse de esta manera.
–Hubiese sido terrible perderme esto. Además, en las relaciones lo que se recuerda es el final, los últimos instantes.
–Final feliz.
–Esto ha cerrado con tapas de oro mi carrera, los 33 años de profesión y casi las 90 tardes en Madrid. No se puede pedir más a la vida ni al toro.
–¿Qué será de la temporada?
–Tengo que rubricar todo esto, pero ahora estoy crecido. Hay que demostrar que estas cosas no son producto del azar.
–¿Añorará la intensidad de el público entregado?
–No, porque estoy muy desgastado de ánimo y como artista. Necesito el anonimato del campo. No puedo sostener esta tensión durante más años y hay que saber anticiparse a los síntomas.
–¿Se encerrará en el campo?
–Sí, y ya he dicho que no quiero homenajes. Lo que me ha mantenido siempre ha sido mi relación con el toro, y eso me basta.