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Sevilla

La digestión de las palomas

La Razón
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Después de ver el humo blanco salir por la tribuna del Calderón y escuchar la confirmación de los obispos rojiblancos de que «habemus» entrenador para la temporada que viene con el nombre de Abel I de Velada, reconozco que me alegró el hecho, pero no la forma como se gestó la mencionada renovación. No es la primera vez que pasa en el mundo del fútbol eso de esperar al último resultado para depositar la confianza en alguien que ya habría hecho méritos, aunque el resultado final hubiera sido negativo. ¿Os imagináis si a Leo Franco durante el partido contra el Almería le caga una paloma en el ojo mientras chuta Negredo y acaba en gol? ¿O si el «Kun» después falla en la definición por la mala elección de sus tacos? ¿O, para ser más retorcidos, en uno de los latigazos de nuestra Bota de Oro, Forlán, la mala colocación de su cinta provoca la huida de un mechón impidiendo coger de lleno el balón? Seguramente cualquiera de estos mínimos detalles que escapan a la parcela del entrenador hubiesen hecho salir el humo de color tan negro como el futuro del míster. Si no, que le pregunten a Manzano, que tenía la UEFA amasada durante 36 jornadas, y la perdió cuando Toledo, que jugaba en el Zaragoza, marcó dos goles y borró de un plumazo el buen trabajo de Goyo durante nueve meses. Si miramos a Sevilla, algo parecido le ha ocurrido a Jiménez. A mí las renovaciones me gustan por convicción y no por obligación. Si tú confías en alguien, no debes esperar a la digestión de una paloma o a los tacos de un futbolista para demostrarlo. Una vez vista y examinada la mejoría del Atlético en la segunda vuelta, a Resino le hubiese dado más seguridad ver recompensado su trabajo sin tener que tirar una moneda al aire. Algo que los jugadores detectan rápidamente y que acorta el margen de paciencia del respetable de cara a la temporada venidera.