Asia

Crítica de libros

La isla que vende a sus mujeres

La isla que vende a sus mujeres
La isla que vende a sus mujereslarazon

Tan Loc (Vietnam)- ¿Casarse por amor? La familia de la joven Thu estalla a reír. Como cientos de miles de vietnamitas antes que ella, esta muchacha de 20 años cogerá un avión dentro de dos semanas y se irá a vivir a un país extranjero con un hombre al que apenas conoce, un campesino de Taiwán que la acaba de comprar por 3.000 euros. Un tercio del dinero será para su familia, el resto para la agencia intermediaria. Thu y su comprador se vieron por primera vez en un hotel de Ho Chi Minh, cruzaron algunas palabras con la ayuda de un traductor y se casaron a la mañana siguiente. «No sé si me va a gustar Taiwán, nunca he salido de aquí», asegura la muchacha. «Parece un hombre bueno», media el padre observando una foto de la boda antes de admitir que quizá no vuelva a ver nunca a su hija, algo que ya le ocurrió. «La mayor se fue con un taiwanés muy malo hace 9 años. No la dejaba trabajar para enviarnos dinero, así que tuvo que huir y ahora se gana la vida como puede», interviene la madre. Es una historia cotidiana en la isla Tan Loc, en el delta del Mekong, entre arrozales y chozas de bambú, caminos embarrados y canales, que se convierten en trampas mortales con la llegada del monzón. 33.000 campesinos viven aquí con 30 euros al mes y más de 1.500 mujeres han sido vendidas a extranjeros en los últimos 15 años. «Todas las guapas se han ido a Taiwán y encontrar una esposa sana es casi imposible», se queja Vuong, un campesino de 28 años que sigue soltero. «Para venderlas, los intermediarios las llevan a la gran ciudad y las ofrecen en desfiles clandestinos que parecen ventas de esclavos. A veces las obligan a pasear desnudas. Las encierran durante días para que mantengan la piel blanca y las alimentan con arroz para que no engorden», explica Duc, un anciano que trabajó como traductor en varias de esas ferias de mujeres. Se trata de un negocio ilegal, pero tan extendido que el Gobierno está estudiando la posibilidad de crear un órgano estatal para regularlo y evitar abusos. Thu conoce las historias de amigas que se marcharon antes que ella. Sabe que si su marido es generoso, quizá regrese de vacaciones con joyas y ropa cara. Las adolescentes la envidiarán al verla pasar. Si tiene suerte y oportunidad de trabajar, sus padres transformarán su choza en una casa de cemento, comprarán un televisor a color y un karaoke. Pero todo puede tornarse una pesadilla: miles de vietnamitas acaban esclavizadas en redes de prostitución, o con maridos autoritarios. El «suicidio de la esposa vietnamita» es un género habitual en la crónica de sucesos de Taiwán.