Francia
La pistola de papá: el poder de seducción de las armas
Vista desde fuera, la casa en la que Tim residía no llama la atención. Acaso un poco más moderna y lujosa que las que le rodean, pero una más al fin y al cabo. De puertas para dentro, en cambio, ese chalet blanco con jardín meticulosamente cuidado constituía un templo erigido para venerar la pasión de Jörg, el cabeza de familia: las armas de fuego. Tim vivía con sus padres, su hermana, 15 armas y 4.600 balas, todos bajo el mismo techo. En el garaje, una pequeña galería de tiro compartía el espacio en el que cada noche descansaban los incontables caballos de un Porsche. No en vano, Weiler zum Stein, a tiro de piedra del instituto de la cercana Winnenden y a pocos kilómetros de Stuttgart, se encuentra en Baden Wurtemberg, una región alemana famosa por exportar coches lujosos y ostentar una tasa de desempleo (4,8 por ciento, la más baja del país) que en España sonaría a ciencia-ficción. Un niño tirador Jörg, licenciado en Matemáticas y empresario de éxito, sentía fascinación por las armas. Su desahogada posición económica le permitía atesorar una surtida colección legal, de acuerdo con las exigentes normas instauradas en Alemania desde la masacre escolar de Erfurt, hace siete años. Miembro de un club de tiro próximo, acudía con frecuencia a sus instalaciones para ejercitar el disparo. Y, a menudo, se hacía acompañar de su hijo, un chaval algo retraído pero absolutamente normal. En apariencia. Como su propia casa, Tim guardaba secretos. Algunos, los más peligrosos, relacionados con la cultura de las armas que había mamado desde niño. Cuando las fuerzas del orden irrumpieron a media mañana del miércoles en el hogar de los Kretschmer se sorprendieron al entrar en el cuarto de Tim. Numerosas pistolas de balines, accionadas por gas comprimido, colgaban como trofeos de las paredes. «Le encantaba dispararnos. Hacía daño de verdad, ¿sabe? Protestábamos, pero él seguía jugando con esos trastos. Al final, nadie quería ir con él», recuerda estos días Michael, un vecino de su misma edad. El día de autos, Tim abandonó el domicilio familiar rumbo al centro privado en el que completaba una formación profesional. Vestía vaqueros, jersey y cazadora, como cualquier otro joven. Pero sus bolsillos rebosaban balas para la pistola Beretta 9mm que acababa de robar a su padre. Era la única que no estaba encerrada en un armario con un candado electrónico, como dicta la ley, sino escondida en su dormitorio. Quizá Jörg pensaba proteger con ella a su familia, su hogar, su Porsche, en caso de un asalto. Habría sido irónico ser víctima de unos ladrones teniendo en el sótano más armas que un fuerte del Oeste. No contaba con el estado mental de su hijo, que había abandonado un tratamiento psiquiátrico por depresión. Formaba parte de ese 12 por ciento de escolares que en Alemania sufre el acoso de sus compañeros. O, al menos, eso sentía él. Cuatro días después, nadie es capaz de explicar lo inexplicable. ¿Qué empujó a Tim a deslizar sus dedos por el cajón del dormitorio de sus padres y extraer la pistola? ¿Y qué le llevó a descargar un centenar de disparos, con inusitada sangre fría, contra sus víctimas? A la caza del culpable Se ha dicho que lo hizo por despecho, por venganza, por un sentimiento de inferioridad o, simplemente, porque padecía un trastorno que, por desgracia, se manifestó de la peor manera posible. Se han buscado culpables y condicionantes a lo ocurrido, y se han intentado desentrañar todos los vericuetos de la mente del asesino. Y, sin embargo, lo único irrefutable es que Tim hizo lo que hizo, mató con tal ensañamiento y precisión, porque sabía que en aquel cajón se escondía una pistola. Esperando para el día que fuera necesario usarla. ¿Habría asesinado este estudiante del montón a 15 personas de no haber tenido tan a mano el revólver? Los psicólogos responden a esta pregunta con una teoría: lo llaman el «efecto arma». Y sirve para explicar, como reconoce Roberto Durán, psicólogo experto en el tema, hasta qué punto puede ser alargada la sombra de una pistola. «El hecho de tener un arma a mano aumenta las posibilidades de hacer un mal uso de ella -afirma-. Cualquier persona, por muy coherente que sea, puede utilizarla si se siente amenazada. Hay que tener mucho cuidado porque le puede pasar a cualquiera y sin necesidad de tener un trastorno». Tim lo hizo. Pero la gran mayoría de los poseedores de armas de fuego (en España hay repartidas tres millones y medio en manos de particulares, más de 200 millones en EE UU) no lo hace. ¿Efecto... arma? «Indudablemente -añade Durán- el problema está en la cabeza del criminal, pero cuando hay una predisposición para su uso el riesgo aumenta por tenerla cerca». De ahí la enorme responsabilidad de los padres, como debía haber ocurrido con los de Tim. «Tienen que enseñar a sus hijos que las armas son un elemento más de la casa, y que tienen una utilidad, la que sea, caza, seguridad o deporte. Pero deben extremar el cuidado para que no puedan acceder a ellas. Porque ver a sus padres cómo las manejan, las limpian y las usan provoca un inevitable poder de atracción». El morbo de lo prohibido Imanol Seisdedos, presidente de Anarma, la asociación española del arma, aboga por esta política: «Una pistola siempre tiene algo de morbo, como cualquier cosa prohibida, y por eso hay que enseñar a los niños desde pequeños que mal usada puede producir mal». De ahí su empeño por crear un organismo, como ya ocurre en Francia, que enseñe a los niños a no trivializar este tipo de objetos. Quizá al pequeño Tim nadie le dio esta lección tan elemental. Pero esto no basta para explicar lo ocurrido. El psiquiatra Francisco Toledo, autor de varios estudios sobre el tema, aventura que tras su comportamiento hay un brote psicótico esquizofrénico que hizo aflorar complejos tantas veces reprimidos. La pistola, en este caso, facilitó el trabajo y multiplicó el daño. «La doctora de la Fundación Jiménez Díaz Noelia de Mingo no tenía una pistola -recuerda-, pero cuando se sintió acosada tiró de un cuchillo y se lió a cuchilladas». Para su desgracia, Toledo sabe de lo que habla. Apenas unas horas antes ha enterrado a su amiga Eugenia Moreno, la doctora murciana asesinada en un centro de salud por un paciente que se volvió loco. «Ojo, cuando se cometen estos actos no siempre hay un trastorno detrás. Hay gente que es mala, y ya está», advierte. «La posesión de armas sólo es problemática cuando se combina con el consumo de drogas o los desequilibrios psíquicos», pregona el presidente de la Asociación de Tiradores Deportivos alemana. La absurda matanza que Tim protagonizó ha generado un intenso debate, aunque los partidos mayoritarios no creen que endurecer una ley que pasa por ser la más estricta de Europa pueda evitar otras masacres. «No impediría sucesos como éste», declaraba el mismo día de la tragedia el ministro del Interior germano, Wolfgang Schäuble. Él sabe de lo que habla. Desde 1990 se mueve en silla de ruedas por culpa de un balazo que un enajenado le dio en pleno mitin de la Unión Cristiano Demócrata.
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